Trabajar en lo de todos los días
Rebeca Reynaud
La Biblia dice que Dios puso al hombre en el paraíso para que trabajara,
para que cultivara la tierra. Por ello, nosotros hemos de trabajar para
cultivar lo que tenemos entre manos, el trabajo que sea. Estamos
trabajando en la viña del Señor, contratados por Dios. El trabajo, el que
sea, hay que hacerlo divinamente hecho, bien hecho, y sobrenaturalmente
también bien hecho, con fe. Se trata de tomar la creación y llevarla,
devolverla, al Creador.
Joan Maragall dice estas palabras: "Esfuérzate en tu quehacer como si de
cada detalle que pienses, de cada palabra que dices, de cada golpe de
martillo que des... dependiera la salvación de la humanidad, porque
depende. Créetelo".
Una plegaria eucarística, la cuatro, dice por nuestra voz las demás criaturas
proclaman tu gloria . A lo que no tiene voz, la creación material entera, se la
damos nosotros.
Dios colocó a nuestros primeros padres en el paraíso para que trabajaran,
para que dieran culto a Dios a través del cultivo de lo que Él quería que
cultivasen.
Podemos hacer el trabajo desde una perspectiva de fe; si lo hacemos en
gracia de Dios y bien hecho, poniendo a Dios como primer motivo, así lo
hacemos divino. El Se￱or nos dirige una invitaci￳n, nos dice: “Ve a mi vi￱a
a trabajar”. Hemos sido convocados por Dios, Dios nos llama para estar con
él.
Con el trabajo contribuimos a la obra creadora y redentora de Dios, y por
nuestra voz las demás criaturas proclaman su gloria.
El libro del Éxodo cuenta que Dios llamó a Moisés al Sinaí para hacer una
alianza con él. Le pide que se haga el tabernáculo y le comunica: ─ Mira que
he llamado por su nombre a Besalel, hijo de Urí, dotándole de sabiduría y
experiencia en toda clase de trabajos artesanales para idear y realizar
proyectos (cap. 31).
Dios le dio esas a Besalel capacidades para cumplir su misión: construir el
tabernáculo. Dios me ha dado también a mí unas capacidades para servirle,
aunque esas capacidades no llamen la atención. Son los talentos para
realizar el trabajo que Dios ha querido que realicemos.
Poco después dice el libro del Éxodo que Dios le dio a Besalel el talento de
labrar piedras de engaste, de tallar madera y realizar cualquier tarea.
Además, ha infundido sabiduría en el corazón de todo artesano para que
pueda realizar lo que ha ordenado: la Tienda de la Reunión, el arca del
Testimonio, el Propiciatorio y todos los utensilios de la Tienda; el
candelabro, el altar de los holocaustos, las vestiduras de ceremonia, etc.
(cfr. 31, 5-11).
La gloria de Yavé llevaba el Tabernáculo. Cuando ponemos nuestros
talentos, aquel trabajo se convierte en gloria de Dios. Es triste que sólo se
entienda como trabajo el trabajo remunerado. El trabajo nos hace colaborar
en la obra de Dios, de la creación y de la redención. Desde la fe, podemos
sentirnos llamados al trabajo de cada día, así empezamos a estar situados,
a vivir en un mundo en el que se puede respirar porque es un mundo de
Dios, en el que Dios nos encarga un trabajo. Nos jugamos mucho en esto,
el vivir como hombre de Dios.
Boris Pasternak escribía: “El trabajo ayuda siempre, puesto que trabajar no
es realizar lo que uno imaginaba, sino descubrir lo que uno tiene dentro”.
En su ensayo “La obra bien hecha y las buenas obras”, C.S. Lewis explica
que, buenas obras son, por ejemplo, dar limosna o ayudar a alguien. Todas
ellas se distinguen claramente del propio “trabajo”. Las buenas obras no
tienen por qué ser obras bien hechas. Desentenderse del propio trabajo o
quehacer no es ejemplar. Y continúa Lewis: “Cuando nuestro Se￱or
suministró un vaso extra de buen vino en la fiesta de una boda pobre,
estaba haciendo buenas obras, pero también una obra bien hecha, pues se
trataba de un vino realmente exquisito”.
Hay personas que se aburren porque encuentran monótono su trabajo, ni
siquiera saben por qué trabajan, quizás su único fin sea la obtención de
medios económicos. En otras ocasiones, algunos se entregan al trabajo
como a una droga, y descuidan sus obligaciones familiares u otros
compromisos. Acaban convirtiendo en fin lo que era un medio. Escribe San
Josemaría Escrivá: “El gran privilegio del hombre es poder amar,
trascendiendo así lo efímero y transitorio (…). Por eso el hombre no debe
limitarse a hacer cosas” ( Es Cristo que pasa, n . 48). El móvil de nuestro
trabajo ha de ser la gloria de Dios.
Como expresión de la realidad de nuestro amor, procuraremos empapar
nuestro trabajo con una conversación ininterrumpida con Dios: a veces
serán jaculatorias o palabras nuestras llenas de afecto y de peticiones, de
actos de desagravio o de acciones de gracias.
La condición necesaria para santificarnos en el trabajo requiere una
premisa: No se puede santificar lo que no se ama, lo que no se acepta, lo
que se rechaza quejumbrosamente. Un criterio inefable para discernir
cuanto se ama o no la realidad que nos rodea, nos lo proporciona la alegría.
La alegría ──dice un profesor de la Universidad de los Andes (Chile), Jorge
Pe￱a──, entra￱a una afirmaci￳n de lo creado, es consecuencia del amor y
fruto de las virtudes.
Un músico norteamericano, Jackson Brown decía: “Pregúntate si lo que
estás haciendo hoy te acerca al lugar en el que quieres estar ma￱ana”.