ALGO MÁS QUE PALABRAS
LA GRAN OPORTUNIDAD PARA EMPEZAR DE NUEVO
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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A veces pienso que somos una sociedad de fracasados que precisa levantarse con urgencia. Nada
es definitivo y lo que cuenta es el valor para continuar. Es cuestión de esforzarse, de trabajar por una
sociedad afín con sus palabras. De nada sirve hablar de los derechos humanos, si luego se menosprecia la
vida. Para empezar, hemos perdido la memoria a pesar de reivindicarla por todas las esquinas. En
ocasiones, nos quedamos en las meras escenas como unos fríos televidentes. No sentimos la
desesperación como propia, disfrazándola de palabras vacías, de actitudes encubiertas que no conducen a
la rectificación. Lo peor de todo este desajuste es que muchas personas no viven, porque vivir es luchar
por cambiar, por construir un mundo más habitable, por ser mejor y más humano. Es cierto que no
podemos dejarnos llevar por el pesimismo, pero tampoco por el optimismo, ni por las ideologías, nada
justifica este mal que nos inunda, es cuestión de abrir bien los ojos, sobre todo los interiores, y de
interrogarnos sobre cada fracaso nuestro, si en verdad nos ha enseñado a caminar de otro modo.
Los que se desaniman ante un fracaso es porque no tienen alma y han renunciado a vivir. Somos
seres en continuo aprendizaje. Tenemos que aprender a empezar de nuevo en cada amanecer. No
podemos permitir que a los niños no se les deje ser niños, que los jóvenes piensen que lo saben todo y se
les robe la esperanza de futuro, que los adultos que todo lo sospechan no hagan nada por modificar
comportamientos, y que a los ancianos se les recluya con la soledad como compañera. Todos estamos,
pues, en cierta manera, dejándonos aplastar por los acontecimientos del presente. Tantas veces la
desesperanza supera al horror, que ahí está la oleada de migrantes en busca de nuevos horizontes. No
importa que haya que lanzarse al mar, o arrojarse a un hábitat desconocido, pesa más el deseo de
proyectarse otra existencia, de forjarse un porvenir, de ver la manera de reaccionar ante tantas injusticias.
Muchas veces habrá que comenzar de nuevo, otras será suficiente con rectificar para salir del
hundimiento social. Lo que no cabe es la resignación en un mundo de mentiras. Tampoco podemos
contemplar indiferentes el drama de tantos seres humanos. Cada uno de nosotros, al fin al cabo, estamos
llamados a instaurar en este mundo nuestro la cultura de nuevos logros, como la del encuentro.
A mi juicio, lo importante es que todos los grupos sociales sientan un mismo sentimiento de
pertenencia a la especie, sin el cual, todo está condenado al desengaño más cruel. Así, el fracaso de
Naciones Unidas es el fracaso de todos y de cada uno de nosotros. Las mismas contiendas o guerras son
el fracaso del mundo civilizado. Es cierto que cada ser humano puede crecer en humanidad, valer más, y
en consecuencia ser más, para ello precisa la energía de su inteligencia y de su voluntad. Conseguido este
desarrollo, la sociedad tiene que vencerse a sí mismo (y convencerse a sí misma), que nunca es demasiado
tarde para reiniciar la construcción de un orbe más hermanado. Mientras los pueblos pobres permanezcan
siempre pobres y los ricos se hagan cada vez más ricos, la frustración está servida. Y la sociedad estará
cada vez más enloquecida y enferma. No entenderá el deber de la hospitalidad, porque todo se supedita a
un interés, el del negocio. Y ya se sabe, convertida la vida en un espacio de finanzas todo se convierte en
macabro y grotesco, hasta la misma comprensión de la verdad. Desde luego, una sociedad que no tiende
puentes, que no logra aceptar a los que sufren y que no es capaz de auxiliarles, más pronto que tarde se
desmorona. Es evidente, que no se puede reducir la existencia a la esfera de lo económico y a la
satisfacción de las necesidades materiales, se precisan otros cultivos menos opresores, que acumulen
menos odios y rencores.
Indudablemente, debemos retornar a la dimensión humana, a crecer en el ejercicio de la
conciencia de los derechos humanos, en propiciar la razón y la creatividad del ser humano, en no temer a
las caídas y en poder realzar otra mentalidad más participativa e inclusiva. Para iniciar el camino del
cambio, considero fundamental convencernos sobre lo políticamente correcto, que casi nunca es neutral.
A las cosas hay que llamarlas por su nombre, teniendo en cuenta que no es posible la convivencia sin el
respeto por el semejante. A mí me parece muy escandaloso que al ser humano se le injerte dentro de una
sociedad de capital en lugar de una sociedad de personas, y ésta se subdivida en triunfadores y fracasados.
Verdaderamente un colectivo social que solo piensa en los éxitos, que no considera el fracaso como parte
del despertar hacia el triunfo, se convierte en un ciudadano egoísta, que no verá más allá de sus propios
ojos. A veces los diálogos serán difíciles o incluso inviables por diversas razones, pero es desde esta
pedagogía de la dificultad como a veces se llegan a cimentar los afectos más fraternos. Sin duda, para
lograr cualquier éxito siempre ha sido indispensable pasar por la senda de los sacrificios.
Por consiguiente, el momento actual que vivimos, nos insta a trabajar sin tantos triunfalismos
ambiciosos, pero también sin tanto doblegarse a lo económico. La búsqueda del crecimiento económico a
toda costa no es la solución. El falso avance ha distorsionado el verdadero significado de la universal
dicha de sentirse bien. La falsedad de sociedades deshumanizadas, pero muy poderosas económicamente,
han destruido hasta nuestro hábitat natural. Si nuestros esfuerzos para lograr la recuperación humana,
antes que económica, se rige por los valores predominantes del consumo excesivo, la explotación, la
codicia y el poder, está visto que mejor no levantamos cabeza. Tenemos la gran oportunidad de avivar
una ética gobernanza mundial, que considere la sostenibilidad ambiental acorde con la realidad
ciudadana, para dar una respuesta contundente a las diversas situaciones.
Más que el mundo de las finanzas y de los negocios deben interesarnos el mundo de las
personas. Estamos en un nuevo tiempo, y como tal, debemos cambiar desde los tonos y los timbres hasta
los lenguajes y las expresiones. Hay que llegar a un consenso, y para ello se precisan menos oradores y
más personas de verbo, menos demagogos y más ciudadanos de servicio, menos retóricos y más
pobladores de mundo. En definitiva, se trata de aumentar la coherencia entre lo que se predica y lo que se
hace, con un sentido de compromiso real, puesto que todos, unos en mayor medida y otros en menor,
somos responsables (y sin excusas) de lo que nos sucede en el planeta.
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