FRANCISCO DE ASÍS
Cruzar la puerta de la fe al estilo de Francisco de Asís
Al inicio de este Año de la Fe, que estamos por terminar, el Papa Benedicto nos
invitaba a CRUZAR LA PUERTE DE LA FE: “Se cruza ese umbral cuando la Palabra
de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.
Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste
empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el
nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de
la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir
en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)” (Porta fidei, Benedicto
XVI).
San Francisco cruz la “Puerta de la fe” (Hch 14,27), cuando se desnud delante de
su padre Pedro Bernardino y de su pueblo; y le dijo: “Él me amaba y yo lo amaba.
Luchó para que yo fuera un gran mercader como él. Pero Aquél que desde la
eternidad me soñó y amó puso un muro a mi carrera de comerciante; y cerrándome
el paso, me dijo: Ven conmigo. Y yo he decidido irme con él. De ahora en adelante
a nadie en este mundo llamaré padre mío, sino a Aquél que está en los cielos.
Desnudo vine a este mundo, y desnudo retornaré a los brazos de mi padre” (El
Hermano de Asís. Ignacio Larrañaga p.78)
Francisco cruz la “Puerta de la fe” (Hch 14,27), cuando renunció a su herencia
dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.
Su plegaria, su grito, “¡Mi Dios y mi Todo!”, no será solamente un grito de amor y
de fervor: definirá exactamente su estilo de vida.
A partir de su conversión, Francisco de Asís es invadido por un inmenso deseo de
conocer la voluntad de Dios. El día de la fiesta de san Matías, el 24 de febrero
de 1209, Francisco asiste a la misa de la capilla de la Porciúncula, y oye el
Evangelio del día. Lo oye, y no solamente con los oídos del cuerpo y de la
inteligencia: son unas Palabras dichas para él: “No lleven oro ni plata ni cobre en su
cinto, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastn…” (Mt 10, 7-
19). Francisco había recibido de Dios la regla de su vida; dirá, Dios me hizo
comprender…
Francisco de Asís comprendió que el deseo de poseer, de tener algo personal,
arruina el sentido de la verdadera y total fraternidad. Le decía a un hermano que
quería tener un salterio: “No, hermano, porque cuando tengas un salterio, querrás
tener un breviario, y cuando tengas un breviario, te sentarás en un púlpito como un
gran prelado, y le dirás a tu hermano: ¡Tráeme mi breviario!” (Espejo de Perfección
4).
Francisco de Asís, que de hombre rico y pródigo se había convertido en mendigo,
en su propia ciudad, y provocando la burla de los demás, consiguió instaurar la paz
entre el pueblo bajo y el pueblo alto, entre los menores y los mayores.
“¡Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios!”.
Hoy por la mañana el Papa nos preguntaba ¿Qué nos dice san Francisco, no con las
palabras, sino con su vida?
“Te doy gracias, Padre, Seor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeos”.
Uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio es Francisco, que decidió
abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los
cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a
Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son
dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de
la misma moneda.
Hoy por la mañana el Papa Francisco preguntaba, ¿Cuál es el testimonio que nos da
hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil- sino con la vida?
La primera cosa
, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos
es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de Él, es asimilarse a Él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús
en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y
nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San
Damián, rezando delante del crucifijo. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto,
sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado,
pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de
par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota,
de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera
vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor
no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús
crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo:
es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun
siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí,
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga
6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el
Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
El evangelio nos dice: “Vengan a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y
yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y
humilde de corazn” (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua
: quien sigue a Cristo,
recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos
asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que
Francisco acogió y vivió y que nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del
amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos
cuando se apareció en medio de ellos y dijo: «Paz a vosotros», y lo dijo mostrando
las manos llagadas y el costado traspasado (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco
no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del
cosmos…
Tampoco esto es franciscano, (…) sino una idea que algunos han construido. La
paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que ᆱcargaᄏ con su ‘yugo’, es
decir su mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado (cf. Jn
13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con
soberbia, sino sólo con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséanos a ser “instrumentos de la
paz”, de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Seor Jesús.
“Altísimo, omnipotente y buen Seor… Alabado seas… con todas las criaturas” (FF,
1820). Así comienza el Cántico de san Francisco. El amor por toda la creación, por
su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha
creado y que el hombre está llamado a custodiar y proteger, (…) pero sobre todo da
testimonio del respeto y el amor hacia todo ser humano (…). Dios cre el mundo
para que fuera lugar de crecimiento en la armonía y en la paz.
Francisco descubrió que la fe se fortalece creyendo en Dios, y viéndolo en su
creacin y en sus criaturas. De allí que su canto de alabanza es “el amor de Cristo
que llena nuestros corazones y que nos impulsa a evangelizar” (PF 5). Hoy, el
mundo necesita de ese amor profundo que tuvo Francisco a Dios y a sus criaturas.
“La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se
comunica como experiencia de gracia y de gozo” (PF 7. P. 13).
Francisco es el evangelio viviente, porque vivió el desprendimiento total como el
Maestro Jesús. Sufrió en carne propia la pasión de Cristo. Se identificó desde el
beso al leproso, como el Hermano universal. Aprendió a servir como Jesús y
renovar el corazón de la Iglesia, con su ejemplo y testimonio de vida.
En este año de la fe, tenemos que volver como Francisco a las fuentes del
evangelio, para redescubrir que el Dios en quien creemos se nos da en su Hijo
Jesús, centro y fortaleza de la fe, para descubrir el rostro de Dios como Padre
misericordioso y compasivo. Y ser fortalecidos por el Espíritu de comunión y de
cercanía. Francisco nos ensea que: “La fe es decidirse a estar con el Seor para
vivir con él. Y estar con él nos lleva a comprender las razones por las que se cree.
La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la
responsabilidad social de lo que se cree” (PF. 10. P. 18).
En este año de la fe, es una oportunidad para que todos los cristianos, busquemos
como
Francisco a Dios como fuente de la caridad con obras, como nos recuerda Santiago
2,14-18: una fe sin obras es una fe muerta”.
“La fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento
constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente…
(PF 14). Que volvamos a las fuentes de las Sagradas Escrituras, vida, testimonio
concreto en nuestras vidas: “Que la Palabra del Seor siga avanzando y sea
glorificada” (2 Ts 3,1). Decidirnos por Cristo, como Francisco es descansar nuestros
agobios en Cristo. Porque slo Él es manso y humilde de corazn”.
Concluyo con esta exhortación del seráfico Padre: “La paz que proclaman con la
boca, deben tenerla desbordante en sus corazones, de tal suerte que para
nadie sean motivo de ira ni de escándalo, antes bien por su paz y mansedumbre
inviten a todos a la paz y a la benignidad. Para esto hemos sido llamados, para
curar a los heridos, vendar las fracturas y atraer a los descarriados…” (AP 38c;
cf. CC.GG. 68, 2).
Padre Félix Castro Morales