Preámbulos sobre la laicidad
P. Fernando Pascual
5-10-2013
¿Por qué se habla con tanta frecuencia sobre la laicidad? Los motivos son variados y depende de
los lugares y de las intenciones de quienes recurren a tal término.
Entre los muchos aspectos del tema de la laicidad, hay uno que merece especial atención: el que
se refiere a las relaciones entre lo mundano y lo divino.
Desde luego, para quien niega la existencia de cualquier realidad espiritual, superior, divina, el
tema de la laicidad está muy relacionado a un objetivo bastante concreto: “liberar” al mundo
humano de creencias falsas que vendrían del mundo de las religiones y que podrían dañar la
buena marcha de la política, la sociedad y la misma vida individual.
Negar lo sobrenatural no es fácil. Además, muchos millones de seres humanos consideran que
Dios existe y que se interesa por el mundo y por la historia. Por lo mismo, colocar el tema de la
laicidad en una perspectiva atea no resulta fácil ni cuenta a su favor con argumentos
convincentes para millones de seres humanos.
Si dejamos de lado la perspectiva atea, la idea de laicidad puede ser propuesta y discutida en un
contexto de creencia en la divinidad, si bien con la conciencia de que existen ideas diferentes
sobre la misma.
Así, notamos que existen visiones religiosas diferentes, de las que se deducen ideas sobre el
mundo, la vida, el hombre, la sociedad, a veces radicalmente opuestas entre sí. Por ejemplo,
resulta muy difícil conciliar una visión como la islámica con otra surgida desde el cristianismo.
El pluralismo ético y religioso explica enfrentamientos (por desgracia, no sólo a nivel de las
palabras) entre hombres y entre pueblos. De ahí que algunos busquen promover en el ámbito
público, con la ayuda de un concepto de laicidad algo restringido, modelos de convivencia que
permitan evitar tales conflictos y construir puentes de colaboración entre personas con creencias
diferentes.
Esa visión de laicidad tiene elementos interesantes y elementos que merecen ser profundizados.
En primer lugar, busca superar los enfrentamientos a través de un principio para la vida pública
que permita la convivencia a pesar de la existencia de religiones diferentes. En segundo lugar,
arranca desde una opción por la paz, que es tan necesaria para la vida de cualquier pueblo.
Sin embargo, surgen problemas a la hora de justificar la opción por la paz y el camino para
superar los enfrentamientos. Si la idea de laicidad supone principios filosóficos o de otro tipo
que chocan con creencias de muchos miembros de la sociedad, es obvio que tal idea no podrá
ser ofrecida de modo fácilmente aceptable por quienes no comparten tales principios.
Surge entonces la pregunta: ¿es posible pensar la laicidad sin una base que la apoye? Y tal base,
¿es condivisible o aparece en la vida social como una creencia más que entra en liza con las
otras creencias sostenidas por los diferentes grupos de personas o por individuos particulares?
Tener en cuenta estos aspectos ayuda a comprender por qué no es fácil recurrir a la laicidad
como una especie de panacea que ayudaría, hipotéticamente, a solucionar muchos problemas y
conflictos. En ocasiones, se ha llegado al extremo de usar tal noción precisamente como
bandera ideológica para ir contra la libertad de conciencia y contra la libertad de religión, con lo
que en vez de promover la armonía social ha fomentado conflictos e incluso ha cometido
represiones claramente injustas.
Hace falta, por lo mismo, a la hora de hablar de laicidad, aclarar bien los términos. ¿De qué tipo
de laicidad se habla? ¿En qué principios se sustenta? ¿Cuáles son sus objetivos? Sólo entonces
será posible un diálogo franco y abierto entre personas y grupos con religiones diferentes que
habitan en un mismo territorio y que necesitan encontrar modelos justos y sanos de convivencia.