33.
EL BUEN PASTOR
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Os aseguro que el que no entra
por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta la tapia, es un ladrón y
bandido; pero, el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas; le abre el
guarda y las ovejas atienden a su voz, las llama por su nombre y las lleva a los
pastos; camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a
un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz
extraña. Les puso esta comparación, pero ellos no entendieron sus palabras.
Por eso añadió Jesús: Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los
que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará
pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido
para que tengan vida y la tengan abundante
(Jn 10,1-10)
.
El Evangelio según San Juan
relata la parábola del Buen Pastor. La
"parábola", símil, es un género literario en el que se visualiza una enseñanza
utilizando imágenes tomadas de la vida corriente. Dada su concisión y su expresión
indirecta, mediante comparación, resulta enigmática, si no se interpreta su
significado (Cfr. Mt 13,13). Jesús explica el significado de cada punto de su
"comparación" o parábola.
Todas las tardes, los pastores solían recoger sus rebaños en un mismo corral
y confiarlos a la vigilancia de uno solo, el guarda, mientras los demás pernoctaban
confiadamente en sus casas y volvían al amanecer. El corral se componía de un
cerco de piedras con una sola puerta y sin cobertizo.
Por las mañanas, no tenían gran dificultad, resultaba fácil a cada uno
distinguir sus propias ovejas, bastaba con llamarlas con un silbido peculiar para que
todas acudieran a él y lo siguieran. Lo que se dice del "nombre" con el que el pastor
llama a cada una parece más propio de un ganado mayor, como sucede, por
ejemplo, con las vacas; aquí se destaca ese rasgo expresamente en atención a su
significado simbólico, a la relación personal que se da entre el buen pastor y sus
ovejas, es decir, entre Jesús y los suyos.
El texto evangélico es continuación de la controversia que tuvo con los
fariseos en referencia a la curación del ciego (Jn 9,40), sin la que no se puede
comprender este. Es conveniente decir que el cuarto evangelio no intenta
reproducir el modo de hablar de Jesús; expresa un lenguaje propio, es
verbalización, puesta por el autor en labios de Jesús, sobre el significado de su
persona. Las palabras de Jesús indican, no lo que él dijo, sino lo que él es; Jesús
habló más bien de la forma que emplean los sinópticos.
En el A.T., el culto es la puerta que establece la comunicación entre en
mundo divino y el terrestre. El peregrino que va a la ciudad santa y acude a
franquear las puertas del templo, para acercarse a Dios (Sal 110,4). Pero, si Israel,
aun pasando por esas puertas, no busca a su Dios, el templo se torna inútil y
engañoso y Jerusalén pierde su razón de ser. Jesús se define puerta, el acceso al
Padre (Ef 3,16). Hay que "pasar" por él, si se quiere llegar a los pastos que dan la
vida plena, porque èl ha venido "para que tengamos vida abundante". Mediante la
comparación, muy habitual en los textos bíblicos, de los pastores (dirigentes) y las
ovejas (pueblo), se rechaza a quienes guían al pueblo, sólo desde el beneficio de
sus propios intereses económicos y políticos. Son ladrones y bandidos. La salvación
se halla exclusivamente en y por Jesús.
Jesús comienza sorpresivamente por algo, que parecía más bien indiferente:
"Yo soy la puerta", es decir, el que permite el acceso al rebaño y, sobre todo, el que
discierne al pastor legítimo del falso pastor que viene a robar y tiene que saltar el
muro. Todo pastor verdadero recibe de Cristo la misión legítima para pastorear las
ovejas.
Jesús es también el verdadero pastor. Otros han pretendido ser el Mesías
Prometido (Cfr. Hech 5,36s.), pero el pueblo no les ha escuchado; en cambio, a
Jesús le ha escuchado el pueblo, como se vieron obligados a reconocer sus propios
enemigos (11, 48; 12,19). Los falsos pastores no son en este caso los fariseos, sino
aquellos que se hicieron pasar por el Mesías y llevaron al pueblo a la desolación.
De nuevo Jesús vuelve al símil de la puerta. Pero ahora no se trata de la
puerta, por donde entra el pastor legítimo, sino de la puerta que se abre, para que
los hombres tengan acceso a la comunidad de salvación, a la vida y a la libertad de
los hijos de Dios.Precisamente, ésta es la misión de Jesús: dar vida a sus ovejas,
dar vida abundante e, incluso, desvivirse por ellas hasta el extremo de la cruz. Los
falsos pastores buscan las ovejas, para aprovecharse de ellas, despojarlas y
conducirlas a la ruina.
Cristo Resucitado, ha vencido a la muerte, dando la vida y trayéndonos la
vida. Hay que desechar y no ir detrás de ladrones y bandidos, aunque se muestren
fieles pastores. Al que no es el dueño del rebaño, no se debe oír ni seguir. Con gran
atención, por el contrario, se debe descubrir al Buen Pastor, familiarizarse con su
voz, que nos llama una y otra vez por nuestro nombre, que nos llama suyos y que
va caminando delante de nosotros. Hemos de mirar al frente, ver siempre el cayado
del Pastor que se desvive por sus ovejas, incluso en el acto de abrazar la muerte
por amor, y esta de cruz. Tanto muere y vive por sus ovejas, que se convierte, en
la puerta, una puerta siempre abierta para entrar y salir, que nos comunica con la
seguridad y la comunidad del redil y con la senda de los pastos. Y, como Jesús dice,
el que viene a hacer daño no entra por la puerta, sino por otro lado, por las tapias y
artimañas.
Hay que entrar por Jesús, por la Puerta que se abre a la vida, a la vida
abundante. Sólo entrando por la puerta, se encuentra la salud, la salvación y la
libertad. Por eso, se debe caminar con Cristo, adaptarnos a la Puerta, entrar por
ella, y no por la tapia. La Puerta de la seguridad, de la libertad y del amor,
expresado en la cruz.
Camilo Valverde Mudarra