PRIMAVERA TIEMPO DE SUEÑOS NUEVOS
El sol de los sueños, en cada primavera, acaricia a las ilusiones para que
renazca la esperanza.
Todos y cada uno de nosotros sentimos que la primavera es un tiempo por
demás particular.
Creo que a nivel de Iglesia nos toca la original vivencia de esa primavera
que aporta el Papa Francisco.
Su invitación a hacer vida la mirada de Jesucristo es una invitación a que
muchas realidades nuevas florezcan en la Iglesia.
Es tiempo de brisas nuevas porque llenas de calor y frescura.
Es tiempo de vientos que permiten, casi todos los días, una oportunidad
maravillosa para remontar ilusiones.
Los sueños son parte de nuestra vida. Como que es una realidad propia de
nuestra condición humana.
Quien ha perdido la capacidad de soñar ha perdido la sal misma de la
existencia.
El invierno, con sus días grises y fríos, permite a los sueños desplazarse en
cámara lenta.
La primavera, con su vigor y sus días luminosos de flores, hace que los
sueños inunden nuestro ser.
Son esos sueños que, uniéndose a las ilusiones, hacen que nuestro ser se
colme de una esperanza nueva.
Parecería como que volvemos a vivir.
Los brazos, que por diversas razones, se habían bajado, vuelven a
comenzar a llenarse de esa fuerza que les hace posibilitar una nueva lucha.
Esa extraña lucha que, desde la vida, se establece con la misma vida.
Esa lucha donde el gran campo de batalla es uno mismo siendo, también
uno mismo, el gran contendiente.
Allí no hay espacio para las renuncias o las postergaciones.
Es la gran oportunidad, que uno mismo se establece, para sentir que
comienzan a germinar las flores de la esperanza.
Porque la esperanza no se limita a ser una mirada colmada de mañana sino
que es, por sobre todas las cosas, una postura ante la vida que se proyecta
en diversas flores.
Son esas flores que, necesariamente, se convierten en renuncias para que
surjan los frutos para los demás.
No es una esperanza en la utopía más pura sino que es una realidad con los
pies muy bien puestos sobre la tierra.
Esa esperanza es la que nos permite descubrir que las ilusiones pueden ser
realidad en la medida que nos convencemos de que pueden ser posibles en
cuanto lo intentemos.
Podremos tener muchas ilusiones, podemos sabernos desbordados por el
sol de los sueños pero nada habrá de renacer si nuestras manos no están
constructoramente comprometidas con la prosecución de ellas.
Así como una semilla necesita de un espacio de tierra que le cobije para
germinar y culminar en frutos, la esperanza necesita del espacio de
nuestras manos para que las ilusiones plenas de realidad se hagan fruto
fecundo para los demás desde cada uno de nosotros.
Estamos llamados a ser conquistadores de nuestros logros y no,
únicamente, herederos de muchas y variadas ilusiones.
No podemos resignarnos a vivir en un prolongado invierno.
Por más que todo se empeñe en hacernos pensar que es la más cómoda de
las realidades.
Resulta mucho más cómodo protegernos del frío que comprometernos ha
hacer germinar la esperanza.
Es mucho más simple instalarlos junto a una estufa que arriesgarnos a salir
a la intemperie para hacer realidad las ilusiones.
Por lo general todo es una prolongada invitación a la opción reiterada y
prolongada por lo más simple y menos comprometido.
La primavera es el tiempo donde las flores se animan a salir pese a los
vientos que desparramarán sus pétalos por el cielo como diminutas
cometas.
La primavera es el tiempo donde la naturaleza se arriesga a volver colmarse
de vitalidad por más que alguna helada y algunos fríos habrán de irrumpir.
Solamente nosotros nos aferramos al invierno para no exponer nuestras
ilusiones al sol de los sueños para permitir que renazca la esperanza.
Padre Martín Ponce de León SDB