Dios, farolas y estrellas
P. Fernando Pascual
21-9-2013
Una farola humilde, pequeña, luminosa. Las estrellas no pueden competir con ella. ¿Por qué?
Porque la luz cercana es capaz de eclipsar astros potentes que envían inmensos rayos de luz desde
muy lejos, a muchos millones de kilómetros de distancia.
Así ocurre también con la luz de Dios si la convertimos en algo lejano, casi invisible. Preferimos
una farola cercana a ese rayo de esperanza que vino al mundo para iluminar a cada hombre.
Preferimos un juego, un placer, un rato de sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo
para escuchar la voz de un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.
¿Por qué hemos dejado que Dios se “eclipse” ante tantas farolas de la vida moderna? ¿Por qué no
permitimos que su luz llegue a nuestros corazones? ¿Por qué no lo escuchamos en su Hijo
Jesucristo?
Para ver estrellas maravillosas hay que alejarse de aquellas farolas que impiden ver las hermosuras
de nuestro cielo. Para escuchar a Dios hemos de apartarnos de hábitos de pecado, de apegos a
bienes materiales o espirituales, para lanzarnos a la aventura de la escucha de la Palabra.
Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas de
nuestro mundo inquieto y confuso. Si damos un paso decidido hacia espacios nuevos, dejaremos
que la Luz brille en los corazones. Entonces sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad
inigualable: la que nace cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados por un Padre
bueno.