DESDE HACÍA DÍAS
Me habían hablado de aquella calandria.
Desde hacía unos cuantos días se había posicionado sobre un árbol del
fondo de aquella casa.
Me habían comentado de la fuerza de su canto.
Me habían dicho de lo pertinaz del mismo.
Desde muy temprano hasta las últimas horas de la tarde se hacía ver y
escuchar.
Quienes en más de una oportunidad hemos escuchado su canto sabemos de
su originalidad.
El suyo es un canto mezcla de dulce intenso y tristeza.
Es un canto cautivante y disfrutable.
Es un canto potente e insistente.
Aprovechando una salida me llegué hasta esa casa.
Ya en la esquina se comenzaba a sentir el canto rebotando entre las
paredes de las casas de la cuadra.
En algunos lugares el canto parecía alejarse y en otros estar muy cercano.
Me detuve mirando hacia arriba pretendiendo encontrar, entre algunas
ramas, el origen de aquel canto.
Así llegué hasta la casa donde iba.
Me senté en el frente y escuchaba.
Repentinamente aquella calandria dejó de escucharse y comencé a escuchar
otro canto.
Era un canto intenso y muy triste.
Más que el canto de una calandria me resultaba el pedido de……
Y no podía identificar con nitidez aquella voz.
Era la voz de………. por momentos me parecía la de ……. y por momentos me
resultaba la de………
Pedían hiciese algo por ellos.
Día a día se hundían más y más y no intentaban nada por salir.
Eran conscientes de su hundirse en aquel pozo casi sin final y se aferraban
a las paredes del mismo pero, siempre, descendían un algo más.
Su deterioro físico es demasiado notorio como para poder disimularlo.
Su deterioro interior es, también, demasiado notorio como para ser
indiferente al mismo.
Uno más deteriorado que el otro, uno más reservado que los otros dos.
Ellos eran la voz que escuchaba como sonido triste e insistente.
Quería volver a escuchar el canto de la calandria. El suyo era un canto del
que era un mero espectador.
Era en canto triste de estas personas lo que escuchaba y era una realidad
que me involucraba y pedía.
Imposible no escuchar.
Su voz retumbaba entre los muros de las casas cercanas.
Su voz retumbaba desde la realidad con la que debo convivir.
Por momentos, me parecía, escuchar su voz diciendo: “Aquí estamos” “Los
necesitamos” “Contamos con ustedes” “No nos dejen”
Por momentos, me parecía, escuchar su voz diciendo: “Aún podemos” “Más
abajo no habré de llegar” “En cualquier momento comienzo a salir”
Era un canto triste y poderoso ante el que resultaba muy difícil mantenerse
indiferente.
Sacudí mi mente para volver a la realidad. Aquel canto imaginario me
resultaba demasiado triste.
Mil veces prefería volver a escuchar el canto triste de la calandria real.
El otro canto lo escucho con demasiada frecuencia como para estarlo
escuchando sentado en el frente de aquella casa.
Sus realidades jamás me pueden resultar indiferentes.
Siempre están en mí cuestionándome y haciéndome sentir inerme ante ella.
Cercanía, alguna palabra, escucha, respeto y escucha.
Son algunas de las cosas que están a mi alcance e intentamos brindar.
La puerta de la casa se abrió y me hicieron pasar.
Allá arriba, en la punta de un pino, se veía a la calandria entonando su
triste canción
Padre Martín Ponce de León SDB