La justicia vale para todos
P. Fernando Pascual
16-9-2013
Defender la justicia es un ideal que toca el corazón de millones de seres humanos. Las dificultades
empiezan cuando no hay claridad sobre cómo defenderla y en qué hay que situaciones intervenir.
El mundo moderno, controlado desde los medios de comunicación social, suele fijar objetivos. Hay
“buenos” y hay “malos”. Los buenos defienden la justicia y se atribuyen el derecho a hacerlo en
cualquier momento y con métodos violentos, si así lo desean y si cuentan con armas para ello. Los
malos merecen ser castigados, incluso con las así llamadas bombas inteligentes.
El problema de ese esquema consiste en que los buenos no siempre son tan buenos, y los malos no
siempre son tan malos. Además, hay otros buenos que carecen de posibilidades de defender a otros
(y de defenderse a sí mismos); y hay otros malos que cometen impunemente miles de crímenes ante
la indiferencia de los medios de comunicación social y de los gobiernos de algunos países.
Por eso sorprende ver la prontitud y energía de algunas intervenciones punitivas ante ciertas
situaciones, y la pasividad e indiferencia ante otras injusticias que a veces provocan miles y miles
de muertes.
Pensemos, por señalar una situación paradójica que afecta a muchos países occidentales, en el
hecho del aborto. ¿No provoca el aborto la muerte de miles de seres humanos, hijos, antes de nacer?
¿No es una injusticia enorme el que varios países hayan permitido, incluso con dinero público, el
que esas muertes se conviertan en algo legal?
Por eso, frente a quienes alzan banderas de justicia para aplastar a gobernantes o naciones
consideradas peligrosas e injustas, hay que preguntarse: ¿tiene algún derecho a exigir los derechos
humanos fuera de sus fronteras quien permite e incluso promueve la muerte de inocentes en su
propia patria?
La justicia vale para todos. Nunca será correcto usar una palabra tan valiosa para promover ataques
o represalias sobre Estados considerados enemigos mientras se guarda un silencio cómplice ante
otras injusticias sobre no nacidos o sobre ya nacidos “en casa”.
La justicia verdadera va a fondo y exige un cambio radical en las leyes de cada pueblo y en los
requisitos que hay que respetar antes de realizar una intervención militar en algún lugar del planeta.
No habrá justicia mientras gobiernos que respaldan el asesinato de inocentes (como ocurre en el
aborto) se consideren árbitros inapelables del mundo.
La justicia empieza en el propio hogar y desde un conocimiento sereno y objetivo de aquellas
situaciones más complejas en las que un ataque precipitado puede llegar a convertirse en fuente de
males casi infinitos para miles de inocentes.
Las armas deben quedar relegadas en el último lugar de la lista de opciones, y sólo recurrir a ellas
por una causa justa y cuando su uso no genere más daños que beneficios. Antes de emprender una
acción armada hay que analizar y proponer medidas concretas y pacíficas que salvaguarden esa
justicia que tanto necesitan miles de inocentes, empezando por quienes viven más cerca y con
menos recursos para defenderse: los hijos antes de nacer.