LA VIRGEN ME HA SALVADO
Por: Claudio de Castro / cv2decastro@hotmail.com
Me has preguntado por la Virgen. Ha estado presente en mi vida desde que tengo
recuerdos. Crecí escuchando esta bella oración de Sor María Romero:
“Pon tu mano Madre mía, ponla antes que la mía… Virgen María Auxiliadora, triunfe tu
poder y misericordia, apártame del maligno y de todo mal y escóndeme bajo tu manto”.
Mi mamá me la enseño. La rezo en cada momento de dificultad.
También tengo presente a mi abuela en Costa Rica, rezando el Rosario cada tarde, antes
de tomar su café con panecillos recién horneados.
A veces me da por mirar un cuadro de la Virgen que tengo en casa. Parece que Ella me
dice: “¿Ves c￳mo te ama mi hijo?” Le sonrío y respondo: “Yo también lo quiero mucho”.
Y nos quedamos como sumergidos en la oración que brota del alma.
Recuerdo cierto día en un almacén por departamentos haber visto algo curioso. El
encargado de jardinería, el Señor Martínez, acomodaba unas latas. Entonces se detuvo y
lo vi mascullando algunas palabras con los ojos cerrados.
Otro vendedor me vio mientras lo observaba y se me acercó:
— Está rezando—dijo en voz baja—. Lo hace cada hora.
Me acerqué con curiosidad y le pregunté: — ¿Qué haces?
— Rezo un Avemaría —me dijo con sencillez —. Así saludo a la Virgen.
Pocas veces he visto una confianza tan profunda y enriquecedora.
Una vez leí sobre un niño enfermo que fue al santuario de Lourdes. Pasó el Santísimo en
procesión frente a su camilla, pero nada ocurrió. Regresó el sacerdote y cuando pasaba el
niño gritó: “Jesús, si no me curas se lo diré a tu Madre”. Al instante quedó curado.
También escuché esta historia a un sacerdote. Muchos años atrás en Lourdes unos
jóvenes decidieron desenmascarar lo que consideraban “el fraude de la iglesia”. Querían
burlarse del Santísimo Sacramento y de las apariciones Marianas.
Llegaron a Lourdes y contrataron a un ciego de nacimiento, para que los ayudara. La
idea era llevar al ciego con ellos y cuando pasara el Santísimo armarían una gran alga-
rabía.
Llegado el día hicieron según lo planeado.
Pasó el sacerdote, pero no se detuvo. Esperaron impacientes con el ciego a su lado.
Regresó el sacerdote y esta vez trazó la señal de la cruz frente a ellos con el Santísimo. Al
unísono saltarían para reír y burlarse, pero el ciego se les adelantó. Algo inesperado
ocurrió. Empezó a saltar, agitaba sus manos, se las llevaba a los ojos y
gritaba emocionado:
ver!
¡Milagro!
¡Puedo
ver!
Los jóvenes se dispersaron asustados, sin poder comprender lo acontecido.
Pasaron los años. Uno se casó con una mujer muy piadosa. Ella le daba clases de
catecismo a un grupo de niños, los sábados por la mañana. El esposo sentía curiosidad
por saber qué que hacía su esposa con estos niños y decidió espiarla.
Una mañana la siguió a la Iglesia y se escondió detrás de una columna. Su esposa,
mientras tanto, reunía a los niños en el patio interior donde hay una réplica de la gruta de
Lourdes. Empezaron a rezar con una gran ternura. Al rato, le cantaron a la Virgen con
tanta pureza y cari￱o que… él se conmovió profundamente y empezó a llorar.
Ese mismo día se confesó y recuperó su paz interior . La esposa estaba impresionada. El
día siguiente participó devotamente de la Santa Misa y comulgó.
Al terminar la Eucaristía, se acercó al sacerdote, le estrechó ambas manos, tomándolas
con fuerza y exclamó: “¡La Virgen me ha salvado!”
¡Puedo