ALGO MÁS QUE PALABRAS
TODAS LAS GUERRAS SON EVITABLES
============================
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
============================
Parece que estamos viviendo en la hora de las tinieblas y de los abismos. Nos desbordan las
intimidaciones. Los peligros de que se agraven las situaciones están ahí. El ser humano es menospreciado
en cualquier esquina. No se puede caer más ruin. El horror es un diario en muchas vidas sometidas a
constantes humillaciones. Tenemos que pensar en el modo de salir de este desconcierto. Quizás nos
estimule un examen de conciencia. En todo caso, debiéramos saber que jamás hemos logrado nada solos.
Todo se consigue en comunión y en comunidad, con paciencia y tenacidad, con más alma y menos armas.
Las soluciones bélicas acrecientan aún más los problemas. Deben evitarse los conflictos. El
abecedario de los artefactos es demasiado estridente para establecer pláticas. La puerta de la paz no se
abre con amenazas. No es preciso imponer nada, es más de proponer y de recapacitar sobre las
propuestas. Para empezar hay que estar dispuestos a ser constructores de armonía. La proliferación de
violencias de todo tipo, lo que hacen es sumirnos en la desesperación, en lugar de activar nuestro esfuerzo
por el entendimiento. Lógicamente, tenemos que concienciarnos por salvar la vida siempre, por mantener
viva la esperanza de encontrar soluciones a tantas trágicas situaciones, por hacer un mundo más habitable
para todos en definitiva. Desde luego, sí queremos un planeta hermanado hay que poner decididamente la
inteligencia al servicio de otros razonamientos más pacifistas, sabiendo que la concordia es posible sin
armas, lo que exige el establecimiento de atmósferas adecuadas con la convivencia, instaurando la verdad
como luz, la justicia como horizonte, el amor como camino y la libertad como descanso. Algo que no se
cultiva en estos momentos; y, así tenemos lo que tenemos, un mundo inhumano.
Evidentemente, son evitables todas las guerras, y aunque, después de los espantos de la segunda
guerra mundial, la sociedad ha dado un paso importante fundando Naciones Unidas, hoy esa comunidad
internacional tiene que respetarse mucho más. Hay que dejar de fabricar armas, y pensar en producir otras
dimensiones, quizás más elevadas al espíritu humano, como puede ser la solidaridad como deber natural.
Los artefactos son siempre destructivos y destructores, en cambio el desarme es un signo de cambio y
desarrollo, puesto que los gastos en armamentos pueden utilizarse en las personas más necesitadas. Para
desdicha del mundo, seguimos preparándonos para las guerras en lugar de esforzarnos por alentar otros
sentimientos más armónicos, más del interior nuestro y de la vida. Sin duda, el futuro de cada uno de
nosotros no es solitario, depende del compromiso de todos, y es desde esa colectividad, en cuyo contexto
también la cuestión de la fraternidad asume un carácter ético, desde donde debe partir la instauración de
un orden de unión y unidad. Por supuesto, tenemos que adentrarnos en las causas que originan estos
conflictos y ver la manera de favorecer el encuentro entre culturas, encontrando el apoyo preciso y
necesario en las organizaciones internacionales.
No se trata, pues, de que unos amenacen a otros, sino de ver los motivos por los que se genera el
conflicto. De ahí la importancia de ser tolerantes. Realmente son muchas las brechas sociales abiertas.
Hay tantos sueños por cumplir, que hace falta conciliar ideas y reconciliar discursos, trazar nuevas reglas
y retratar nacientes objetivos, como el de reforzar los vínculos de amor. Ciertamente, el amor es el mejor
batallón de paz. Deberíamos importar ideas que nos armonizasen en vez de armarnos de rencores. Con la
violencia todos perdemos. Lección que debe grabarse en todo espíritu humano, en toda cultura, en toda
convivencia. A mi manera de ver, es más preciso que nunca, que sigamos avanzando en el respeto hacia
cualquier ser humano, para conseguir un mundo libre de ensayos armamentísticos. Todo esto será más
efectivo si damos respuestas firmes y unificadas en un mundo global. Cuesta entender, por tanto, que
algunos Estados no firmen o ratifiquen tratados tan importantes para toda la civilización como el de
prohibición completa de los ensayos nucleares. Lo mismo sucede con las armas químicas que aún
persisten. Por desgracia, algunos Estados también permanecen fuera de la Convención de Naciones
Unidas. Indudablemente, son muchas las armas que terminan en manos de quienes no deberían. Tampoco
se entiende que multitud de artefactos se envíen a países con un funesto historial de violaciones de los
derechos humanos.
Ante estas bochornosas realidades, ciertamente los peligros aumentan y el desconsuelo se
acrecienta. Habría que ver la manera de buscar un mundo más seguro para todos, que nada tiene que ver
con las armas, sino todo lo contrario, con el desarme de todos los países y una mayor conciencia de
hermanamiento del ser humano. Al fin y al cabo, la paz es una sensación de justicia que se protege con la
razón y no con la locura de una contienda, en la que todos perdemos, cuando menos serenidad. El día que
las personas se conviertan en ciudadanos de paz, habremos conseguido el mayor de los avances, ser
dueños de nosotros mismos. Recordamos aquí las palabras de Martín Luther King: “Tenemos que
aprender a vivir juntos como hermanos o morir estúpidamente”. Obviamente, un mundo que es incapaz de
fraternizarse, más pronto que tarde, multiplica los odios y las venganzas a un ritmo tan cruel como
vertiginoso.
La historia nos evoca hechos dramáticos, que pudieron evitarse a poco que hubiésemos
recapacitados –como ya dije- sobre sus causas y efectos desencadenantes del conflicto, esta es la lección
que debemos extraer del pasado. Sabemos, por consiguiente, que las divisiones entre países, que la
barbarie contra las personas, que la imposición de ideologías, que el rearme sin límites ni concierto, que
el incumplimiento de los tratados internacionales o cualquier otra regla de conducta internacional
infringida, no pueden llevarnos más que a nuestra propia destrucción. La irracionalidad no puede
ganarnos la batalla. Todas las naciones del mundo tienen que llegar al acuerdo de un nivel mínimo de
armamento. El día que tengamos estima por el prójimo, que aprendamos a aceptarnos unos a otros, que
tomemos un estilo de vida racional y solidaria, no harán falta otras armaduras, que la defensa mediante un
diálogo incluyente que nos configure como ciudadanos del mundo, donde la enemistad sea agua pasada
que no mueve molino y la amistad agua viva que nos aglutina. Disgregado el tejido moral que nos une,
como familia o sociedad, hay que temer cualquier cosa. El caos ocupa nuestras vidas.