TANTO AMOR NOS TIENE DIOS…
Carlos Vargas Vidal
Que nace entre nosotros, como un humilde niño, para Navidad. Esa es la Gloria
incomprendida de Dios, hecha carne, y recostada sobre un pequeño bulto de paja.
Y ese niño, luz de luz y resplandor del Padre, viene a nosotros tan solo para
salvarnos. Para darnos vida eterna. ¿Y qué somos nosotros para que Dios nos ame
tanto?
Somos hijos de la desobediencia y la concupiscencia. Y, sin embargo, nuestra
naturaleza puede elevarnos tan alto cuando estamos junto a Dios. Como puede
arrastrarnos tan bajo cuando actuamos como la serpiente. Entonces somos como
los Santos o como los demonios. Y cuando no somos ni lo uno ni lo otro, entonces
andamos como perdidos en El Paraíso. Unas veces queriendo servirle a Dios y otras
veces sirviéndole al demonio.
Dios, en cambio, es el mismo. Ayer, hoy y siempre. Y su luz es inextinguible.
Cuán triste es ver que esa hermosa luz que vino de Belén buena parte del mundo
no la conoce. Y otra buena parte no la quiere conocer. No la conoce, quien la
ignora; y no la quiere conocer, quien la desdeña. Esa es la sabiduría del mundo.
Que sigue muchas veces entre tinieblas.
Cuando la fe concuerda con la razón recta, en abstracto, todo se ilumina. Y todo
empieza a ver una luz esplendorosa desde ese humilde pesebre, y trasciende.
Entonces hay alegría y entonces hay esperanza. Y esto no lo puede entender la
Ciencia que quiere entenderlo todo. Porque nos olvidamos que no podemos saberlo
todo, y menos sin la ayuda de Dios. Si vemos a la Navidad con ese espíritu frío,
mercantilista, secular y carnal, o con fe mundanizada, ya no veremos la presencia y
la belleza de lo sagrado en el mundo. Ya no habrá un nacimiento divino que nos
hable de la presencia de Dios Salvador entre nosotros y por nosotros. Cuando
sepamos arrodillarnos, adorar y callar frente a ese humilde pesebre, entonces
tendremos en nuestra alma el verdadero sentido de la Navidad: ¡Dios nos ama
tanto que nació entre nosotros para salvarnos!
vargasvidal@yahoo.com