UNA EXPERIENCIA MUY SABROSA
En estos últimos años me he encontrado con varias
personas que han pasado de la increencia a la fe.
Son gente que no creían en Dios pero por unas
circunstancias imprevistas se han encontrado
envueltas por una presencia misteriosa que se ha
adueñado de su vida. Con alguna de ellas he tenido
la posibilidad de hablar largamente. Me han
conmovido, me han contagiado su experiencia y me
han hecho mucho bien. Me han refrescado mi fe y
me han hecho más creyente. ¿Por qué? ¿Qué me
han enseñado? ¿Qué han dejado en mi corazón?
¿Qué he descubierto en ellas?
En primer lugar son personas que experimentan a
Dios al rojo vivo, a tope, parece que Dios ha
inundado su vida por todos los poros. Para ellos,
Dios no es algo, es una Persona viva en la que se
confían, con la que hablan en todos los
acontecimientos de su vida. Es un compañero de
camino con el que atraviesan todos los senderos de
su existencia los alegres y los tristes. Sienten que
han nacido de nuevo, que ellos no eran así en los
años anteriores. Y todo esto les ha venido de
repente, como una nube de verano que les ha
acaecido y les ha inundado su vida.
En segundo lugar son personas que se sienten
débiles, pequeñas, no se sienten perfectas, todo lo
contrario. Sienten que dejan mucho que desear. Y
esto les duele pero también han comprendido que
tienen que convivir amablemente con su debilidad,
limitación y pobreza.
Otra cosa que me llamó la atención es el sentido de
compasión que tienen. Comprenden a los demás y
cubren con un manto de misericordia las miserias
de los demás. Han visto que Dios ha tenido
entrañas de misericordia con ellos y que no pueden
juzgar a nadie.
Miran a los demás con unos ojos nuevos. La relación
con su esposa o esposo, con los hijos, con la gente
que trabajan se ha transformado. No son
intransigentes sino todo lo contrario, derrochan
cariño y ternura con todos. Viven pacientemente
con todo lo oscuro y negro que se encuentran en las
relaciones con los demás.
Me ha llamado la atención el amor que tienen a la
Eucaristía y al rezo del Rosario. Una de estas
personas me contaba que todos los días estaba ante
el Santísimo varias horas. En la conversación me
sacó el Rosario que llevaba y me dijo que lo rezaba
varias veces al día. No podía vivir sin estas prácticas
religiosas.
¿Fanatismo religioso? Creo que no. Me he dado
cuenta que el mundo de los conversos es muy
complejo y muy rico. Necesitan ser escuchados.
Confieso que me ha venido muy bien, que me han
contagiado su experiencia y que la Iglesia necesita
de ellos para que el hombre y la mujer de hoy
reciban un impacto de Dios. Dios es sorprendente y
nos puede salir al encuentro en cualquier momento
de la vida.
Lucio del Burgo