Católicos sin títulos y con títulos
P. Fernando Pascual
28-7-2013
En algunos debates sobre aspectos de la moral o de la doctrina católica, hay quienes subrayan los
títulos o la falta de títulos de los participantes en la discusión.
El fenómeno es sencillo. Empieza un diálogo sobre el origen del Espíritu Santo, o sobre moral
matrimonial, o sobre el Derecho canónico. Participan diversas personas para dar sus pareceres. De
repente, uno descalifica a otro simplemente porque no tiene títulos, porque es un simple divulgador,
porque lleva pocos meses de convertido, porque en su pasado hay bastantes manchas, etc.
Otras veces quienes no tienen título alguno ni estudios acreditados insisten en que vivimos en un
mundo abierto, democrático, pluralista, donde todos pueden hablar sobre cualquier punto. ¿Por qué,
replican en ciertos debates, quieren silenciarles? ¿No tendrían derecho, como cualquier bautizado, a
dar su punto de vista?
Afrontar esta situación puede hacerse desde muchas perspectivas. Una es simplemente humana,
natural. Otra es teológica, según la doctrina católica. Vamos a asomarnos brevemente a estas dos
perspectivas.
Desde un punto de vista natural, es importante recordar que un argumento bueno lo es
independientemente de quién lo formula o lo repite. Puede ser expresado por un profesor de fama
mundial o por un trabajador sin estudios. La verdad de lo dicho no “aumenta” si lo dice un
especialista ni disminuye si la formula una persona iletrada.
Al revés, una falsedad no deja de serlo si la asume y divulga un gran estudioso, o si la repiten miles
y miles de personas que no han estudiado el tema pero que participan en una encuesta en Internet.
Ni los títulos hacen verdadero lo falso, ni los números convierten una opinión errónea en algo
aceptable.
Reconocido lo anterior, en un debate entre personas de distintos niveles culturales no importa tanto
quién afirma algo, sino lo que dice. Pretender acallar a un interlocutor porque no tiene títulos sin
fijarse en lo que dice es una falacia engañosa, que busca ocultar un mensaje a base de matar al
mensajero.
Hay que precisar que un especialista tendrá, en principio, más competencia al hablar de un tema si
se compara con una persona que simplemente ha leído o escuchado algunas ideas sobre el
argumento en cuestión. Pero la competencia no es una garantía para proferir verdades absolutas.
Con muchos títulos hay quienes se equivocan o, incluso, quienes mienten; como también, sin
títulos, hay quienes dicen verdades sencillas que están por encima de declaraciones de personajes
ilustres y aplaudidos a nivel nacional o internacional.
Lo dicho hasta ahora refleja algunos aspectos simplemente naturales que valen para los debates
entre católicos (o entre católicos y no creyentes). Existe, además, otra perspectiva, teológica, que es
más importante y decisiva en estos temas.
Encontramos en el Concilio Vaticano II una importante afirmación sobre las verdades acogidas por
los bautizados. El texto dice así:
“El Pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo
testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza,
el fruto de los labios que bendicen su nombre (cf. Heb 13,15). La universalidad de los fieles que
tiene la unción del que es Santo (cf. 1Jn 2,20 y 27) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su
peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando «desde
los obispos hasta los últimos fieles seglares» manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe
y de costumbres. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios,
bajo la dirección del sagrado magisterio, al que sigue fielmente, recibe, no ya la palabra de los
hombres, sino la verdadera Palabra de Dios (cf. 1Tes 2,13), se adhiere indefectiblemente a la fe
confiada una vez a los santos (cf. Jud 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica
más íntegramente en la vida” (Constitución dogmática Lumen Gentium n. 12).
Este texto da a entender que los fieles, bajo la luz del magisterio (Papa y obispos), llegan a acoger la
Palabra de Dios, que no se equivoca, y así en los temas de fe y costumbres alcanzan a conocer
verdades que iluminan sus mentes y guían sus acciones.
Por eso un creyente con fe auténtica puede perfectamente ofrecer sus razones en un debate, sin
quedar amedrentado ante quienes lo ridiculizan por tener pocos estudios o ningún título. Para hablar
de Dios lo importante no son los diplomas, sino la fe.
Desde luego, si los títulos reflejan un estudio honesto y serio que permita comprender mejor la
doctrina católica, sean bienvenidos. Ayudarán mucho no sólo para crecer en la fe, sino para dialogar
con quienes no creen, al poder ofrecer explicaciones a quienes piden la razón de nuestra esperanza
(cf. 1Pe 3,15). Pero sólo tendrán sentido desde la fe y para la fe.
Entonces, para concluir ¿son mejores los católicos con títulos o los católicos sin títulos? Son
mejores, con o sin títulos, aquellos católicos que acogen, cultivan y viven ese don maravilloso de la
fe que les permite formar parte de la Iglesia y anunciar al mundo entero la gran noticia de Cristo
Salvador.