Dejar la levadura vieja para ser antorchas en Cristo
P. Fernando Pascual
20-7-2013
La levadura cambia la masa. Si la levadura es buena, los cambios serán positivos. Si la levadura es
vieja, los cambios serán nulos o negativos.
También el corazón humano se deja modelar por la levadura. Puede ser mala, como la que viene de
los fariseos y se llama hipocresía (cf. Lc 12,1). Puede ser buena, como la que surge desde el
encuentro con Cristo.
“Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero
pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con
levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad” ( 1Co 5,7-8).
No resulta fácil dejar malas levaduras, que llegan del mundo, que nos contagian desde quien,
“llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón” ( 1Co 5,11).
Cristo nos trae una levadura nueva, que lleva al amor, que permite entrar en el Reino, que salva.
Una levadura que hace que tengamos los sentimientos de Cristo, la mente de Cristo (cf. Flp 2,5;
1Co 2,16). Una levadura que nos permite revestirnos “de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia” ( Col 3,12), que nos hace ser buenos y perdonar a nuestros
hermanos.
El mundo necesita hombres y mujeres transformados por la levadura de Cristo, tocados por el
Evangelio, hasta llegar a ser un solo cuerpo en el Señor. Si nos apartamos del mal, de cualquier
avaricia e impureza; si nos dejamos limpiar por la Sangre del Cordero, seremos “irreprochables e
inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la
cual brilláis como antorchas en el mundo” ( Flp 2,15).