¿Es posible ser objetivos ante la Iglesia?
P. Fernando Pascual
15-7-2013
Para algunos la objetividad garantizaría una visión serena, equilibrada, imparcial, sobre las personas
y los hechos. Por eso se considera que para hacer buen periodismo o para investigar sobre el
pasado, habría que ser objetivos.
¿Vale lo anterior para cualquier tema? En concreto, ¿vale a la hora de estudiar a la Iglesia católica?
Nos damos cuenta fácilmente de que existen ámbitos donde resulta casi imposible tener una visión
equilibrada. Un periodista que ha sufrido la expropiación de su casa no tendrá la suficiente sangre
fría para analizar si las autoridades locales o regionales gobiernan bien o mal.
Respecto de otros ámbitos, parecería más fácil ser neutrales y objetivos. Si me pongo a estudiar, por
ejemplo, lo que ocurrió en una guerra entre dos pueblos lejanos hacia los que no siento ni simpatía
ni antipatía, es probable que tenga esa actitud de indiferencia que ayuda a ser objetivo a la hora de
asignar méritos y culpas a unos, a otros o a los dos.
Parecería, entonces, que ante algunos temas resulta más fácil ser objetivos, mientras que en otros
existen dificultades subjetivas que provocan dificultades no pequeñas.
Volvemos a la pregunta que da inicio a estas líneas: ¿es posible ser objetivos ante la Iglesia
católica? Notamos que quienes la han conocido más o menos de cerca por haber nacido en un país
con fuerte presencia de católicos puede orientar su parecer desde hechos positivos (si han tenido
buenas experiencias) o desde hechos negativos (si las experiencias con católicos han sido malas).
Además, es más probable que una persona así no sólo piense y valore desde experiencias, sino
también desde planteamientos intelectuales. Si ha sido educado como católico y ha mantenido su fe
en la edad adulta, su punto de vista será prevalentemente favorable hacia la Iglesia. Si empezó
siendo católico y luego perdió la fe por motivos que pueden ser muy diferentes, es lógico que tenga
hacia la Iglesia una predisposición más bien negativa, al menos por pensarla como algo no
verdadero, como un engaño, o tal vez simplemente como una creencia mítica apta para algunos pero
no para él.
Las situaciones, por lo tanto, desde las que uno mira a la Iglesia católica son muy variadas. También
entre quienes casi no la han conocido por haber vivido buena parte de su existencia (o toda) en una
sociedad donde lo católico era prácticamente ausente. En estos casos, parecería, esas personas
tendrían una mayor indiferencia hacia la Iglesia, y podrían verla (es una suposición, no siempre
válida) con cierta objetividad, al menos sin prejuicios adquiridos en etapas anteriores de su vida.
Sea cual sea la situación y la experiencia de cada uno, creyente o no creyente, con o sin estudios,
conocedor del Evangelio o totalmente lejano de la tradición bíblica, a la hora de situarse ante la
Iglesia, ¿es posible ser objetivos?
La respuesta no es fácil. Hay un punto, sin embargo, que permite dividir a las personas en dos
situaciones contrapuestas. Un grupo considera que la Iglesia católica ha sido fundada por Cristo y
ha conservado, durante los siglos, el mensaje de Jesús de Nazaret. Otro grupo negará las dos ideas
anteriores: la Iglesia no habría sido fundada por Cristo ni habría conservado su mensaje.
Tanto quien da la primera respuesta como quien da la segunda, se coloca en una perspectiva que
impediría alcanzar un juicio totalmente objetivo sobre la Iglesia. Porque quien la considera como la
depositaria de un mensaje de salvación no puede no sentir una profunda simpatía hacia ella. En
cambio, quien la ve como una desviación, una falsedad, un gran engaño, o simplemente una
superstición para almas simples y desinformadas, incurrirá fácilmente en una actitud negativa hacia
lo católico.
El que uno esté a favor de la Iglesia y otro en contra no quita, desde luego, que sobre aspectos
concretos ambos puedan llegar a un cierto grado de objetividad. Por eso, al estudiar hechos del
pasado, como las cruzadas, los dos podrán acceder a los documentos y buscar el máximo respeto a
la hora de reproducir sus contenidos.
Pero es obvio que cuando llegue el difícil momento de la interpretación (que acompaña a cualquier
juicio humano sobre cualquier hecho) las divergencias se harán patentes.
Resulta, por lo mismo, casi imposible una total objetividad respecto de la Iglesia católica. Cuando
un corazón se sitúa ante ella no puede ser indiferente: o la deja de lado como algo superado o
engañoso, o llega a acogerla como una realidad viva y verdadera; más aún, como un instrumento de
salvación temporal y eterna.