Para recordar el cielo
P. Fernando Pascual
8-6-2013
El cielo es, para muchos, un lugar lejano, misterioso, desconocido. Por eso la vida avanza
entre sus prisas y sus pausas, sus penas y sus alegrías, sus miedos y sus esperanzas, sus
victorias y sus derrotas.
Todo lo vemos y lo pensamos como parte de este mundo, desde el tiempo terrestre. Hay un
pasado más o menos conocido. Hay un presente más o menos “controlado”. Hay un futuro
que avanza entre seguridades, miedos y sorpresas.
Lo que exista tras la muerte queda entre tinieblas. Un velo nos separa del otro lado de la
frontera. Parecería como si todo acabase en el mundo que está ante nuestros ojos.
Sin embargo, algo nos dice que no todo termina tras la muerte. El anhelo de justicia, el deseo
de un premio para los buenos, el amor que no se contenta con la aniquilación de un ser
querido, nos lanzan a pensar en la otra vida.
Surge entonces la pregunta: ¿cómo es lo que está al otro lado de la frontera? ¿Qué ocurre a
los que parten? ¿Existe un Dios bueno que castiga al perverso y que premia al honrado?
Son preguntas a las que necesitamos responder. No sólo con teorías, sino con la vida: el
presente adquiere un valor especial si habrá un juicio, un cielo y un infierno tras la muerte.
Tomamos el Evangelio. Cristo habló de una fiesta, un banquete, un hogar que nos espera.
Con sus palabras y sus ejemplos explicó que tenemos que llegar a la otra orilla preparados,
con aceite en las lámparas y con obras de amor hacia los más necesitados.
En los mil vericuetos de la existencia necesitamos recordar el cielo. Es el lugar donde
realizaremos plenamente la vocación al amor. Es la patria donde un Padre nos espera. Es el
hogar en el que María, como Madre, intercede por sus hijos.
Tenemos una cita importante, decisiva, tras la muerte. Allí el Amor lo es todo para quien
acogió la misericordia y vivió según las palabras del Maestro. Necesitamos recordarlo, para
que una luz intensa guíe nuestros pasos y estemos así listos para entrar en el eterno banquete
de bodas del Cordero.