No hay educación sin un encuentro verdadero
Por Luis Javier Moxó Soto, para autorescatolicos.org
A los que nos ha tocado la suerte de ser padres y de haber realizado unos estudios que
nos capacitan, teóricamente, para impartir la enseñanza de determinadas áreas de conocimiento
en un centro educativo, no se nos da automáticamente la habilidad de ayudar realmente a
madurar a nuestros hijos y alumnos.
Se puede tener, o no, la disposición adecuada de ser padre o de ser docente. Pero eso no
lo da, ni lo puede dar, la naturaleza ni los títulos. Tener vocación es algo mucho más serio y que
no se puede tomar a la ligera. Ser colaboradores de Dios en la ayuda y formación de su obra más
perfecta, el ser humano, no es ninguna tontería.
Por mucho que pensemos que los hijos y alumnos de hoy en día van formándose ellos
solos con ayuda de sus amigos y ambiente, con el devenir de los años, con las distintas
realidades y problemas que tienen que encarar y resolver, no es suficiente.
No basta, de parte de sus educadores, padres y docentes, ponerles delante una serie de
contenidos para que ellos sean quiénes, a través de su esfuerzo y constancia, de su estudio y
aprendizaje, consigan los frutos y las habilidades que les capacitan para afrontar con éxito las
distintas situaciones de su vida.
La persona humana pide ser considerada en su dimensión relacional, en su necesidad de
preguntarse acerca de las finalidades, de sentido último de lo que vive, de la trascendencia. No
puede poner entre paréntesis, y mucho menos excluir, otros factores de la realidad que explican
ésta y la dotan de sentido. El origen y la explicación de esta u otra fiesta o manifestación
natural, artística o espiritual. Necesitamos conocer, saborear y disfrutar la realidad.
La posibilidad de ir madurando, por lo tanto, nos viene de ser capaces de asombrarnos,
preguntarnos y reconocer la realidad como dotada de significado. No nos puede bastar vivir sin
más sino interpretar adecuadamente lo que somos, hacemos y vivimos. Podemos estar inmersos
en una experiencia pero perdidos, insatisfechos en el fondo, porque no somos protagonistas en
una vivencia intensa.
Si queremos educar a hijos y alumnos hemos de considerar si optamos por un
monólogo, un movimiento unidireccional, o algo totalmente distinto, dinámico y enriquecedor.
Si tratamos a nuestros educandos como sujetos de premios y castigos, como si fueran animales,
no nos extrañe que luego se comporten como tales, sin querer el bien por gustar del mismo.
Es preciso un riesgo educativo, el de la necesaria confrontación con la verdad y la
experiencia. La mía también sí, como padre y como educador. No sólo se trata del acercamiento
de alguien que posee una autoridad magisterial con otro que desea conocer, sino de un
verdadero encuentro humano.
¿Quién cree ser un buen padre, educador e hijo? En una sociedad que anda carente de
referencias estables, que pretende que los niños y adolescentes quemen etapas antes de tiempo,
que toma la religión como un elemento extraño y aburrido, que prima la conectividad sobre el
asombro y el interés sobre la gratitud,… sólo a través de un encuentro verdaderamente humano
podremos ayudar, hacer crecer y madurar, nosotros, y, al mismo tiempo, a nuestros hijos y
educandos.