Confiar en la propia libertad y capacidad de juicio
Por Luis Javier Moxó Soto, para autorescatolicos.org
Estamos en una sociedad, llamada “líquida”, en la que hay pocas referencias y
certezas estables a las que todos miramos y de las que podamos aprender. Me refiero
por supuesto a la generalidad de una mentalidad dominante. La estabilidad, firmeza y
objetividad no son impulsadas de forma que nos sintamos partícipes de una búsqueda
común del sentido y de verdad.
Se nos dice que lo que para uno es bueno, o verdadero o bello, para otro quizá no
lo sea. Que la libertad, el placer, el yo y el dinero son capaces de transformar y
pervertir las conciencias que parecían más firmes y coherentes. Y el sentido de la vida
va perdiéndose en ese camino que no va a ninguna parte. Hay camino pero se desconoce
el destino o más bien se evita. Ciegos que guían a ciegos.
Ante este cuadro, que pudiera parecer desolador, está por un lado quien se deja
manipular o está metido inconscientemente en esto, y quien participa activamente en el
fomento de este pensamiento moderno de corte constructivista. ¿Dónde están los
educadores de antes que nos desafiaban y despertaban la libertad y el juicio a la
búsqueda confiada de certezas y de la Verdad en todo?
Es preciso que, hoy también, haya quien nos recuerde lo que Dios, a través de la
naturaleza, nos ha dado. Nos ha dotado de unos maravillosos mecanismos que permiten
estar alerta ante tal manipulación ideológica. La capacidad de juicio de nuestra
inteligencia, nos capacita, de modo admirable y, potenciada por la gracia de Dios, para
afrontar las cuestiones más básicas e importantes de nuestra vida con garantía de éxito.
Y esto hemos de transmitirlo a tantos niños y jóvenes que están inmersos en la
sociedad del consumo y la satisfacción, que viven a todo correr una quema de etapas y
búsqueda de experiencias nuevas sin reflexión ni sentido, que necesitan una verdadera
ayuda a su crecimiento y maduración para saber afrontar desde la curiosidad y el deseo
verdaderos para entender e interpretar correctamente lo que viven y donde están
inmersos.
Si esta tarea educativa no la realizamos nosotros, sus padres y educadores
inmediatos, otros se encargarán de hacerlo y tal vez de forma no tan cuidadosa ni
respetuosa con su destino. ¿Cómo comprometerles al gusto y a la búsqueda del
significado de sus vidas? ¿cómo despertarles, desde el verdadero afecto, desde
Jesucristo, a la capacidad de su yo para juzgar y vivir intensamente la vida, y -en
confianza- a su compromiso con toda la realidad?
Ésas son preguntas que debemos hacernos primero y luego a ellos. Llegar al
fondo de las mismas, desde un trabajo personal de verificación de la propuesta cristiana,
es nuestra misión hoy en día. Hagámoslo por nosotros y por ellos. Pidámoslo al Señor.