30. EL JUEZ INICUO
Les dijo esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a
Dios ni le importaban los hombres. Y una viuda que solía ir a decirle:
Hazme justicia contra mi enemigo. Por algún tiempo se negó, pero después
se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta
viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar rompiéndome
la cara. Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto ( Lc 18,1-8) .
El Evangelio , con esta parábola , invita a comprender la importancia y la
necesidad de orar. El mismo San Lucas inserta la interpretación de la parábola
propuesta por Jesús. La insistente petición de una viuda termina por hacer que un
juez inicuo le haga justicia. La insistencia en pedir justicia es el punto nuclear del
texto; la idea es hacer ver lo necesario que es pedir y rogar a Dios siempre, sin
cesar.
El texto repite por cuatro veces la expresión "Hacer justicia". La viuda,
cansina y machacante, se presenta cada día y le dice: Hazme justicia. Hay aquí
resonancias del antiguo problema opresivo de Israel: “ He visto la opresión de mi
pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus
sufrimientos y he bajado a liberarlos ” (Ex 3,7-8). Los dos textos, Éxodo y Lucas,
son muy semejantes. Ponen en consideración un Dios atento y cercano. El Dios de
la Biblia no está lejos y desentendido del hombre; es un Dios, Padre, amable y
amante, entroncado en la maravillosa labor creativa y renovadora del hombre. Un
Dios partícipe que se interesa por la vida humana y está comprometido con la
historia de la humanidad.
La parábola exhorta a los discípulos de Jesús a caminar con plena y total
confianza en Dios, a actuar con decisión, a marchar firmes sin dudas ni
detenciones. El seguidor de Jesús debe saber y sentir que Dios lo ama, que no lo
deja solo, a pesar de su silencio; que, con su providencia, vela por él en todo
momento, cuando se ve oprimido y perseguido por causa del Reino. Por eso, en la
necesidad, su oración es la plegaria, el grito, la súplica del perseguido por el Reino
que establece Jesucristo. Lucas transmite un Dios de acción, de camino y lucha; un
Dios, Padre, próximo y entrañable, propenso a atender y hacer justicia al que vive
desechado en el desprecio y el olvido; un Dios que jamás defrauda al que sufre y
está sometido. Ser seguidor de Jesús significa, vivir la Paternidad de Dios, desde la
esperanza en su Divina Providencia.
Orar con perseverancia no es la repetición de fórmulas hechas y palabras
ajenas; es la oración del corazón en el encuentro silencioso y filial con la verdad de
Dios que nos oye y acoge, nos revela nuestra propio ser y la condición humana.
Esta es la oración indispensable y necesaria, porque refuerza y madura la fe y la
vida. La oración fortalece la vida cristiana, que consiste en la certeza de alcanzar la
plenitud y la añoranza más íntima y verdadera, a pesar de todas las dificultades y
contradicciones que dificultan el vivir. En la esperanza que respeta el "tiempo de
Dios" y mientras se esfuerza, ora y trabaja para que llegue, que se abra el tiempo
de paz y justicia. Si la oración tiene tanta importancia, no nos extrañemos de la
ausencia de Dios y de la radical injusticia que corroe una sociedad que no reza ni
cree.
La parábola describe muy bien la situación de la época en que la viuda
realmente era el prototipo de una existencia de soledad y desamparo, y frecuente y
siniestra, la figura del juez venal. Los profetas denuncian constantemente la
corrupción de la justicia (cf. Am 5,7-12). El juez injusto no atiende a esta viuda de
la parábola, pero insiste hasta cansarlo; y cede para desembarazarse de ella, que lo
que pide es justicia. Así invita Jesús a orar a los discípulos, a pedir a gritos, día y
noche, justicia. Si un juez inicuo no puede resistir la demanda insistente de una
viuda desamparada, con mayor razón Dios, que es bueno, escuchará a los elegidos
que le piden justicia. Ahora bien, no puede pedir reiteradamente justicia a Dios,
quien no trabaja también con insistencia, para afincar, en este mundo de frialdad,
la justicia. El juez impío y arbitrario, que actúa en la corruptela y por librarse de
molestias e incomodidades, hasta cansarlo, imparte su justicia, es el reverso
contrario a la rectitud de Dios, que es justo, ama a los hombres y oye las súplicas
con solicitud. Si el sólo hecho de pedir ya obliga a alguien "malo" a dar lo que le
piden, que, por otra parte, no le interesa en absoluto, es imposible que Dios, que
es Amor, no dé algo que le importa muchísimo: Su justicia, su Reino, la salvación
de todo hombre. Dios escucha y hace justicia, cuando llega el momento, cuando es
conveniente, a su estilo, con la resolución debida y por sus caminos insondables,
que posiblemente no coinciden con los cálculos humanos. Mientras la justicia llega y
se resuelve, el cristiano, confiado como el niño, ha mantenerse firme y fiel en su fe,
sin desfallecer, sin desanimarse, constante en la espera. San Lucas es el
evangelista de la oración. Presenta a Jesús orando y refiere la enseñanza de Jesús
sobre el modo de orar. Un hombre de oración sólo se hace en el Evangelio, es el
que se deja llenar de fe.
Jesucristo termina la parábola con una pregunta realista y preocupada:
Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Con su
interrogante abierto al presente y al provenir, Jesús impulsa al hombre a tener fe, a
permanecer en la fe hasta el final. Entonces, aquel día del Señor, se entenderá que
Dios está en la justicia y atento al clamor de los justos, que le ruegan que actúe
con presteza; se comprenderá por qué ahora calla; sabremos que nos escucha y
espera su hora, para dar su respuesta definitiva. Mientras tanto, la lucha y el
esfuerzo que los hombres buenos y fieles llevan sin cansancio, por el justo reparto
de los bienes y una mayor justicia en el mundo es la silenciosa respuesta de Dios.
El mundo vive una atroz división; sufre el dominio de los opresores, mientras, los
pobres desechados y perseguidos no tienen más solución que clamar ante su Dios a
gritos en su llanto. Este hecho no es nuevo, se viene dando a través de la historia
del hombre. Se pensaba y se sigue creyendo, que no es posible cambiar este
estado de cosas. Entonces como ahora, la solución consiste en implantar el
Evangelio y poner a Jesús en las conciencias, como la fuerza salvadora de la
historia; en rodear el corazón y el pensamiento de la sociedad desde nuestra
debilidad, sin egoísmo ni jactancia con humildad y confianza. El sufrimiento de los
pequeños que llaman a su Dios se ha hecho uno con el propio sufrimiento de Cristo
y ahí está la única energía transformante y transformadora de la humanidad en
esta tierra.
Camilo Valverde Mudarra