PENTECOSTÉS
Juan Manuel del Río
FUEGO ARDIENTE
VIENTO FUERTE,
FUE PENTECOSTÉS.
Fuego ardiente, purificador,
que en el crisol del Espíritu,
separa el oro de la escoria.
La escoria fue Babel,
torre infausta y rascacielos
imposible y deshumanizador;
y Pentecostés, el oro fue,
ecuménico, y unificador,
que convocó a partos,
medos y elamitas,
a la gente de Asia,
Frigia y Panfilia,
Egipto y Cirene,
donde no faltaron
árabes y cretenses,
judíos, griegos y romanos.
Fuego y Viento,
Voz de Dios, convocadora,
transmitida
por los Apóstoles galileos
del Divino Maestro nazareno,
que todos entienden,
como si les hablaran
en su lengua materna.
Viento fuerte,
impetuoso, misterioso,
que a correr,
donde los Apóstoles
con María oran, concita.
Viento fuerte, que abre puertas
y balcones
dejando oír la voz autorizada
del Apóstol Pedro,
inteligible a toda raza y lengua,
testificando el comienzo,
oficial y sublime,
de la Iglesia,
que nace y crece,
cual árbol frondoso,
bajo la fuerza arrolladora
del Espíritu Santo.
Pentecostés,
fuerza viva, nueva y pujante
fue
que vivifica el árbol creciente
de la Iglesia, que nace,
extendiendo sus ramas
por el mundo universo,
desde aquel día excelso,
de Dios Espíritu Santo.