Iglesia, imposiciones y aborto
P. Fernando Pascual
20-4-2013
Como la idea aparece con cierta frecuencia, hace falta reflexionar sobre la misma: cuando la Iglesia
católica se opone al aborto, ¿no estaría buscando imponer una idea ética o religiosa de un grupo a
toda la sociedad?
El modo de razonar tras esta pregunta puede ser más o menos claro: el aborto es un tema discutido
sobre el que hay muchos puntos de vista. Uno de ellos es el punto de vista de la Iglesia católica, que
considera el aborto como un delito. Sin embargo, existen otros puntos de vista, como el de quienes
ven el aborto como una solución ante problemas graves que afectan a miles de mujeres. Estaríamos,
así, ante visiones diferentes que estarían llamadas a convivir en un mundo pluralista.
¿Qué deberían hacer, entonces, los parlamentos y las autoridades? Según algunos, constatar la
diversidad de opiniones y luego ver cuál sería la más aceptada por la gente, sea a través de un
referéndum, sea con los votos de los parlamentarios que representarían los puntos de vista de la
sociedad.
Si las cosas están así, el aborto se convertiría en un asunto (como tantos otros) que es analizado
según posturas éticas contrapuestas, las cuales contarían con un apoyo popular diversificado. A esto
algunos añaden una continua crítica a la Iglesia: esta institución defendería que su punto de vista es
superior respecto de los defensores del aborto, y que en un tema como el que se refiere a la vida o a
la muerte de los embriones no vale la democracia, en cuanto que un derecho fundamental no puede
ser puesto nunca a votación.
Este modo de pensar, argumentan los críticos de la Iglesia, sería antidemocrático e impositivo. En
otras palabras, al decir no al aborto y sí a la defensa de la vida de los hijos antes de nacer, la Iglesia
católica buscaría imponer una visión ética y religiosa particular (la de los católicos y quizá otros
colectivos) a todo el Estado. ¿Sería esto legítimo?
Plantear así las cosas coloca a la Iglesia en una situación no especialmente fácil, por dos motivos.
Primero: la acusa de ser antidemocrática. Segundo: la presenta como promotora de imposiciones de
ideas y valores que no son aceptados por muchos en la sociedad.
Si analizamos más a fondo la situación, el tema del aborto implica ciertamente el peligro de que
unos impongan su punto de vista a otros. Pero ese peligro no sólo “afectaría” a la Iglesia, sino que
también amenaza a quienes la critican.
Existe, sin embargo, un aspecto con el que entraríamos en una perspectiva interesante ante este
tema. Quienes critican a la Iglesia de querer imponer una visión ética a otros al rechazar el aborto
proponen, al mismo tiempo, que sea lícito imponer la muerte a un ser humano que acaba de nacer.
En otras palabras, la verdadera imposición, que es además injusta y que va contra la defensa de un
derecho humano fundamental, no está en quien dice no al aborto, sino en quien defiende,
falsamente, que exista un derecho al aborto.
Porque hablar de “derecho al aborto” es tan contradictorio como defender que exista un derecho a la
eliminación de seres humanos inocentes, pues eso es lo que ocurre en cada aborto provocado: unos,
adultos, provocan la muerte de otros, embriones o fetos indefensos.
Hay que abrir los ojos ante estos hechos para denunciar propagandas demagógicas: ir contra el
aborto no implica oponerse a la democracia, sino que lleva a defender uno de los pilares
fundamentales para que exista un sano sistema de gobierno, el que tutela la vida de todos los seres
humanos, antes o después de su nacimiento.
En otras palabras, la Iglesia, al decir “no” al aborto, está diciendo “sí” a la justicia y a los derechos
humanos fundamentales. De este modo, se opone a una de las más graves imposiciones, la que
permite a los adultos eliminar a seres humanos indefensos, y promueve así uno de los pilares
irrenunciables para que exista un sistema democrático auténticamente sano.