Patentes y derechos de autor que asfixian
P. Fernando Pascual
13-4-2013
Al estudiar el mundo de la Edad Media quedamos sorprendidos al descubrir cómo los textos se
copiaban y se difundían sin grandes problemas, muchas veces con un extraño desinterés sobre quién
hubiera sido el autor de este o de aquel escrito.
Es cierto que en aquel tiempo no había imprentas ni oficinas para el registro de obras. Pero también
es cierto que entonces el saber era algo que no pertenecía a los particulares: una idea buena (válida,
verdadera) merecía ser difundida, sin tener que indicar quién la había descubierto o expresado con
estas o con aquellas palabras.
El mundo moderno es mucho más complejo. Existen derechos de autor sobre escritos, sobre obras
de arte, sobre páginas de Internet, sobre programas de radio y de televisión, sobre descubrimientos
científicos, sobre medicinas. Incluso sobre la fotografía de una obra de arte reciente pueden existir
problemas de “copyright”: aunque uno mismo haya tomado la imagen, si se publica sin el permiso
del artista a veces inician los problemas.
Notamos así el peligro de caer en normativas sobre los derechos de autor que asfixian. Porque una
verdad, sobre todo si es beneficiosa para los más necesitados, no puede tener límites de difusión:
bloquear la producción de una medicina necesaria para millones de personas carentes de recursos
por culpa de patentes excesivamente complejas y costosas es algo que raya en la injusticia.
Alguno dirá, con razón, que el extremo opuesto tiene sus desventajas. ¿Qué ocurriría si todo pudiese
ser copiado y difundido sin límites? ¿Qué incentivos habría para los laboratorios si cualquier
descubrimiento se convirtiera automáticamente en usable por las empresas, sin ninguna
remuneración para quienes trabajaron seriamente en encontrar una importante fórmula química apta
para curar enfermedades de gravedad?
Encontrar un justo equilibrio no es fácil. En estos temas, como en la mayoría de los asuntos
humanos, hay que valorar bien los puntos a favor y en contra de cada opción. Pero un aspecto que
jamás debería ser dejado de lado es el que nos lleva a reconocer que la verdad, el bien y la belleza
no son propiedad exclusiva de nadie, ni siquiera de quienes los “descubren” y “elaboran” con
escritos o con aparatos sumamente complejos.
Por eso, hace falta corregir aquellas normativas que ahogan una sana difusión de las ideas. Quizá
haya autores y descubridores que ganen menos dinero. Pero ese “menos” estará compensado por
algo mucho más grande y bello: la alegría de ver cómo algo conquistado, a veces tras un largo
esfuerzo, sirve para ayudar a otros y para promover un mundo más justo, más acogedor y más
abierto.