Revelaciones privadas: consejos de san Juan de Ávila
P. Fernando Pascual
13-4-2013
Circulan por aquí y por allá, especialmente en blogs y páginas similares, revelaciones privadas de
todo tipo.
Unas se atribuyen directamente a Jesucristo, a la Virgen María o a algún santo, a veces sin ninguna
indicación precisa del lugar donde tales revelaciones habrían sido dichas o sin ofrecer
documentación en la que se hable de la existencia de las mismas. Otras procederían de visiones o
apariciones dadas a personas particulares del pasado (no reconocidas como santas) o de nuestros
días, algunas de las cuales cuentan con seguidores entusiastas.
En este tema resulta necesaria una actitud de cautela y un discernimiento serio, especialmente con
ayuda del propio párroco o de personas prudentes y conocedoras de la fe católica.
Sobre este tema, por su utilidad a pesar del paso de los siglos, podemos recordar los criterios
ofrecidos por san Juan de Ávila, declarado doctor de la Iglesia universal por Benedicto XVI en
2012. En una de sus obras más famosas, titulada “Audi, filia”, avisa sobre el peligro de engaños
respecto de las revelaciones privadas.
“No es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los que caminan el camino de Dios
acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del cual, consiste en el aviso que el Espíritu
Santo nos dio, mediante aquesta palabra que dice: ‘Inclina tu oreja’. Y este peligro es ofrecerse a
alguna persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales; los cuales muchas
veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas: una, para, con aquellos engaños, quitar
el crédito de las verdaderas revelaciones de Dios, como también ha procurado falsos milagros para
quitar el crédito de los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona debajo de especie de bien, ya
que por otra parte no pueda. Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos hemos
visto en los presentes, los cuales deben poner escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa
de su salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos que tanto crédito primero les daban,
dejaron y avisaron, después de haber sido libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de
caer en ellos” (“Audi, filia”, parte III, B, 1).
El peligro es claro: hay revelaciones o visiones que una persona devota (buena) recibe del demonio
por permisión de Dios. Además, según el dicho de san Buenaventura que cita san Juan de Ávila, es
mejor temer que desear una revelación privada.
Surge, entonces, la pregunta: ¿cómo evitar este tipo de engaños? San Juan de Ávila ofrece algunos
criterios que conservan una actualidad sorprendente.
Primeramente, el santo da tres consejos generales: no desear revelaciones; no llenarse de soberbia,
si se tienen; y no darles crédito fácilmente.
Cada uno de esos consejos tiene su explicación. En el segundo (no llenarse de soberbia), Juan de
Ávila explica cómo uno de los caminos más seguros para una sana vida espiritual consiste en la
humildad, y quien no es humilde no está viviendo según Dios. Por lo mismo, una señal de peligro,
que se palpa por desgracia en algunos difusores de ciertas pseudovisiones, radica en caer en
actitudes de soberbia y altanería que llevan a despreciar a quienes no aceptan lo que ellos
consideran como una revelación auténtica (muchas veces sin ningún apoyo de la Iglesia).
Sobre este punto, leemos los siguientes consejos en nuestra obra:
“Y si, sin quererlas vos, os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis luego crédito, mas
recorred luego a nuestro Señor suplicándole que no sea servido de llevaros por este camino, pues
hay otros muchos más dignos a quien puede su Majestad tomar por instrumentos para estas cosas, y
a vos que os deje obrar vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente habéis de
mirar aquesto cuanto la revelación o instinto interior os convidare a reprehender, o avisar de alguna
cosa secreta a tercera persona, cuanto más, si es sacerdote, o perlado, o semejante persona”.
Entonces, ¿cómo actuar si uno recibe directamente o escucha de otros el contenido de una supuesta
revelación privada? Hace falta la discreción de espíritus, es decir, un atento discernimiento. Para lo
cual ayudan tres avisos o criterios.
El primero es analizar la conformidad del mensaje supuestamente revelado con toda la Escritura.
Así lo dice san Juan de Ávila:
“Sea el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola, mas acompañada de la Escriptura de
Dios, contenida en el Viejo y Nuevo Testamento, y nuevas cosas conformes a la enseñanza y vida
de Cristo y de los santos pasados”.
El segundo aviso es el siguiente (y vale la pena copiar todo el texto del santo, aunque sea un poco
más largo):
“El segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación o instinto a ver si hay en ella
alguna mentira.
Porque, si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis verdad sin mezcla de mentira,
ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo que es del demonio muchas veces hay mil verdades,
para hacer creer una mentira. Y avísoos que no seáis fácil a dar crédito a palabras de revelación, que
por voz corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os fueren dichas, las cuales, aunque a
algunas ignorantes parecen ser todas de parte de Dios, por ver que el ánima las percibe tan
claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen, y sienten de cierto que no salen de ella,
sino que les son de otro espíritu dichas; mas, aunque así sea, muchas de ellas, y muchas veces, son
del demonio, que puede hablar a nuestra ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de
estas tales palabras interiormente dichas al ánima he visto yo en personas haber sido llenas de
engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad, pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se mezcla, tenedlo todo por
sospechoso y examinadlo con diligencia doblada”.
El tercer aviso se refiere al provecho que la supuesta revelación deja en el alma de quien la recibe,
con indicaciones muy concretas sobre un punto que a veces no tenemos en cuenta: el peligro de
perder el tiempo con este tipo de pseudorevelaciones. Juan de Ávila lo expresa con estas palabras:
“Sea el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y edificación para el ánima,
dejando el corazón más aprovechado que antes, instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si un
hombre bueno no habla cosas ociosas, menos las hablará nuestro Señor, el cual dice: ‘Yo soy el
Señor, que te enseño cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas’. Y cuando viéredes
que no hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por fruto del demonio que anda por
engañar, o hacer perder tiempo a la persona a quien la trae, y a las otras a quien se cuenta; y cuando
más no puede, con este perdimiento de tiempo se da por contento”.
Al final de estos tres avisos, el santo vuelve a insistir en el tema de la humildad como señal de que
puede haber una auténtica revelación. Si algo viene del demonio provoca seguridad y olvido de las
propias miserias. En cambio, lo que viene de Dios hace al alma mucho más humilde. Leemos el
texto nuevamente:
“Mirad, pues, qué rostro queda en vuestra ánima de la visión o consolación, y espiritual
sentimiento. Y, si os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor
reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos livianos de comunicar con
otras personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco vos ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso
de ello, mas echaislo en olvido, como cosa que puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os
viene a la memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran misericordia de Dios que a cosas tan
viles hace tantas mercedes, y sentís vuestro corazón tan sosegado y más en el propio conocimiento,
como antes que aquello os viniese lo estábades, pensad que aquella visitación fue de parte de Dios,
pues es conforme a la enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre sea bajo y despreciado en sus
proprios ojos”.
La curiosidad hacia supuestas revelaciones, profecías y vaticinios ha sido y sigue siendo algo que se
da en muchos corazones. Escuchar los consejos de un santo como Juan de Ávila en su obra “Audi,
filia”, escrita hacia el año 1556, puede ayudar a vivir en mayor paz, a separar lo que sea engaño de
lo que sea verdad y, sobre todo, a conocer más a fondo la propia fe católica, desde la lectura de la
Biblia y la guía de quienes, como obispos y sacerdotes, enseñan el Evangelio en toda su belleza y
con buena doctrina.