27. EL ADMINISTRADOR INFIEL
Dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y
le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le
dijo: ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu
gestión, porque quedas despedido. Se puso a pensar y echar cálculos:
¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? …
Y el amo felicitó al servidor infiel, por proceder con astucia.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más sagaces en sus actitudes
que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto,
para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas ( Lc 16, 1-13) .
El evangelio , con esta difícil y extraña parábola, propia de San Lucas,
enseña que los discípulos de Jesucristo siempre han de llevar una conducta
prudente, astuta, creativa e inteligente, a fin “administrar” sabiamente las riquezas
y valores del Evangelio. Los hijos de la luz, desechando la esclavitud y la idolatría
del dinero, deben practicar la justicia y vivir la fe de modo intrépido luchando
contra la opresión de la riqueza, en solidaridad con las víctimas del poder y trabajar
por el reparto justo de los bienes de este mundo. "Conocer a Dios es practicar la
justicia", sin su práctica ningún conocimiento, ningún acto piadoso enlaza
verdaderamente con Dios, sea cual fuere su formulación. El entronque con Dios se
produce únicamente en el amor hacia el necesitado; oprimirlo y consentir su
miseria es ignorar realmente a Dios (Mt 25).
Siempre esta parábola ha presentado una interpretación complicada. El
siervo corrupto, en su reflexión, adopta una solución sagaz. Quedando bien ante los
deudores de su amo, busca nuevos protectores. En el mundo antiguo, el
administrador era a veces un esclavo nacido en la casa de su dueño y educado para
este menester. Actuaba en nombre del dueño en toda clase de transacciones
comerciales y económicas. El de esta parábola no roba. No rebaja las cantidades
que adeudan a su amo, sino, la comisión que a él le correspondía percibir; comisión
que, junto al débito, figuraba en el documento mercantil. El sueldo de un
administrador no era una nómina invariable e independiente de lo administrado,
sino un tanto por ciento, estipulado, según los casos, de todo el capital. Por eso,
hace recibos nuevos en los que no consta su parte. De esta forma, el elogio recae
sobre la capacidad de renuncia, a lo que legalmente le corresponde como
administrador, en vistas a un beneficio futuro: un nuevo puesto de trabajo;
renuncia a lo que es suyo para ganarse amigos que, en justa compensación, le
ayuden, cuando él se encuentre en necesidad económica tras el despido. Esta es la
cuestión que ven algunos comentaristas al examinar los documentos comerciales
de la antigüedad. Se trata de una cesión de su parte, calificada de inteligente y,
como tal, alabada expresamente por el amo. Lo que más sorprende y extraña es el
elogio del dueño, que no alaba una ilegalidad e incorrección cometidas, sino la
salida astuta que toma su pillería, para resolver la dificultad de su destitución.
La propia narración deja claro que Jesús no elogia directamente al gerente;
el que lo elogia es el patrón de la parábola, quien, en ese momento, no piensa en
sus intereses ni en la moralidad del sirviente, sino, solamente, en la habilidad y la
argucia que, con ingenio, emplea en el trance desperado. La parábola no es ni una
crítica al mal uso de la riqueza ni la aprobación de una estafa. Para algunos
exegetas, es sólo un elogio de la astucia, de la actitud del hábil intendente que
prevé y sabe negociar en su desgracia. Se propone a modo de ejemplo su agudeza,
el saber emplear, con previsión, el dinero que administra. Con ello, resulta más
clara la aplicación a los hijos de la luz: Las exigencias del Reino exigen actuar
también con astucia; hay que saber renunciar a las cosas materiales, para
conseguir unas prebendas de superior cuantía. Con frecuencia, el dinero gana el
corazón del hombre, compite con Dios y, no pocas veces, lo desplaza a Él y al
prójimo. También en otras muchas, laicos y sacerdotes se muestran hábiles al
utilizar los recursos de la tierra y los saben poner al servicio de los más pobres y
desechados. ¿Qué les hace vivir en este frío mundo, con la intuición y agudeza de
impartir generosidad y desprendimiento?
Esta es la decisión que Jesús pide al que emprende el camino del evangelio.
Pero la astucia del discípulo de Jesús no consiste en prepararse una salida airosa en
lo económico, sino en renunciar a las rentas terrenas para entrar en el reino de
Dios. El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho ; dejar las ganancias
terrenales, por el reino, es la lucidez evangélica que pide Jesús. Palabras claras
para actitudes valientes. El discípulo desecha los dineros y pone su confianza en
Jesús y su palabra. Aceptar las promesas de Jesús exige el abandono del dinero
traidor. Comprender esto precisa la fuerza de Dios y la sabiduría de establecer unas
categorías diferentes a las de esta sociedad descreída e idólatra de Mammón -
palabra aramea de origen fenicio, significa "riqueza injusta"- que envilece al
hombre y lo esclaviza. Ante Dios, el dinero es un dios falso; puede convertirse en
un obstáculo teológico de una gravedad extrema. El dinero obstruye el
acercamiento y el encuentro con Dios. En una sociedad de opresión económica,
como la actual (cf. Am 8,4-7), no se acepta este lenguaje.
Jesús, en esta enseñanza, pide a sus discípulos la renuncia al dinero para
granjearse la amistad con Dios. La posición de Jesús es taxativa. De ahí, su
lapidaria frase conclusiva: "No podéis servir a Dios y al dinero". Dios y el dinero son
amos antagónicos, irreconciliables. Se disputan la obediencia del hombre. No hay
intermedio; se ha de optar por uno u otro. Servir a Dios es rechazar la riqueza de
abajo y despegar el corazón, para ganar la de arriba. La elección de servir a Dios
conlleva la auténtica libertad del hombre; la de Mammón, la esclavitud en la lógica
del provecho, de la competencia por la ambición. Caminar en cristiano es apreciar
más a Dios y a los demás que al dinero. El lenguaje de Jesús es gráfico, agresivo,
contundente: “Ganaos a Dios”, “atesorad en el cielo”.
El significado del texto es en realidad muy sencillo: Jesús invita al discípulo a
vivir desprendido del dinero, tomar un estilo evangélico. “Ser fieles en lo mucho”
significa dar los propios bienes a los pobres, con esa fidelidad que hace posible
esperar la “verdadera riqueza”, provista en la escatología del Reino. Define a los
suyos el abandono de todo, para poder seguirlo (Lc 14,33). La frase metafórica de
Jesús afirma que, después de la muerte, quien ha dado con generosidad a los
pobres, será acogido en la comunión con Dios. Es abrazar la pobreza por Dios; usar
el dinero para funciones mayores y distribuirlo de tal modo que nos abra las
puertas eternas (Lc 6,29-30; 12,33; 6,34-35). El mundo que tiembla aterido por el
hambre y la enfermedad, grita y clama por el justo reparto de la riqueza que
pertenece a todos y no a unos cuantos listos.
En la sociedad opulenta y poderosa de adormecida la conciencia, las
escandalosas diferencias entre pobres y ricos son totalmente injustas y contrarias a
la voluntad divina.
Camilo Valverde Mudarra