CONFIDENCIAS CON JESUS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Que nadie crea que lo que redacto pretenda tener categoría de revelación. Tampoco
fruto de mi imaginación con la que pretenda entretener al posible lector.
Tengo la costumbre de redactar, cuando se acerca la Semana Santa, un escrito que
enfoque el misterio salvador que durante esos días celebramos de una manera
personal y diferente de la de otros años. Quiero decir que los textos evangélicos los
habré leído más de un centenar de veces, y saco ideas que para mí misma vida
espiritual, me resultan provechosas. Quiero ahora, compartirlo con vosotros.
Sé que para algunos puede parecer profanación, osadía herética o pretensión
orgullosa, mi forma de redactar. Confieso que no quiero que nada de esto lo sea.
Trato de escribir con devoción, es decir adoración piadosa. Redacto de otra manera,
lo que me ha llegado como texto revelado, añadiéndole detalles de diversas
procedencias, que me merecen confianza.
1.- ENCUENTRO EN MI MISMO INTERIOR
Me has concedido tu amistad. Siempre estás atento, Señor, a mis súplicas. Callas a
veces, irritas mi impaciencia, pero sé que nunca te alejas de mí. Orar siempre es un
riesgo, tu compañía nunca es evidente. Tú quieres probar mi Fe y yo te pido
respuestas inmediatas. No dudo de tu existencia en el Sagrario, aunque desconozca
en qué consiste. De lo único que
estoy seguro es de que me amas y que en mis penas, recordar lo que los
evangelios me han contado y recomponer la situación tratando de que ilumine la
mía, me han consolado.
No necesito pruebas materiales. Tú sabes que respeto telas, espinas o clavos, que
me dicen que estuvieron en contacto físico contigo. Tengo bastantes escritos y
documentos gráficos muy interesantes, pero no quiero leer en ellos, sin que
signifique que los rechaze. Mi deseo es unirme a ti en la reflexión, que quisiera
fuese contemplación. Cuando me he caído y el dolor corroía mi rodilla, pensaba en
lo que sufriste y traté de sentirme unido a ti y comprenderte, esperando que con
ello me uniera, de alguna manera, al Padre, pues, mi dolor lo he querido unir al
tuyo…
Pese a que he tratado de estar informado de estos sufrimientos físicos que te
atormentaron y he hablado de ello a los demás, para que te amen, te admiren y
saquen de ello coraje y en consecuencia sean valientes y coherentes con la Fe que
han recibido, hoy, sin olvidar estas penas, quiero pensar en tu dolor espiritual.
Enseñaste a Tomás tus llagas, pero a nadie hablaste de las cicatrices de tu corazón.
Recuerdo definiciones teológicas y aseveraciones dogmáticas. Sin ignorarlas,
prescindiré hoy de exactitudes propias de escuelas teológicas. Se expresaron en
términos correspondientes a una filosofía que sin negarle valor no es de actualidad.
No quiero utilizar lenguaje académico, se que la unión espiritual es muy superior a
cualquier descripción teórica. Tampoco deseo caer en la vulgaridad. Permíteme,
Señor, y no te ofendas por ello, que piense en una moneda. Es un todo, invisible en
conjunto. Uno puede fijarse en una cara, sin ver ni ignorar la otra. Te lo digo
porque reconozco que lo que yo haya podido sufrir corporalmente, es infinitamente
inferior a lo que a Ti te toco padecer. Pero hay otros pesares, penas y angustias,
que durante mi vida he experimentado y que cuando he estado atenazado por ellas,
pensar en Tí, me ha reconfortado. En este terreno deseo situarme
Escribiré, teclearé yo, deseo que me vigiles, sé que no podré expresarme
acertadamente. Me conformo con que aceptes que me aproximo a tu experiencia…
2.- POSIBLE, QUE NO IMAGINARIO, DIÁLOGO
-¿Cuáles fueron tus pesares interiores, Señor, los de aquellos días en que te
torturaron, condenaron a la pena capital y te ajusticiaron?
-Resulta imposible que me entiendas. Mi simultánea realidad divina y humana, es
para ti incomprensible. Trataré de que me entiendas utilizando un lenguaje
semejante al tuyo.
En primer lugar quiero que recuerdes que el demonio, cuando se alejó de mí allá en
el desierto, humillado, desconcertado y vengativo, esperó y se preparó para el
momento que le fuera más propicio. Y fue en Getsemaní cuando se lanzó de lleno al
ataque, penetrando en lo más recóndito de mi interioridad.
Te entiendo, me gusta que quieras fiarte de mí y comunicar a los demás este
coloquio. También quise que os enterarais de mi lucha interior en el desierto,
cuando me retiré a orar y ayunar. Inaugurada mi nueva vida al ser bautizado en el
Jordán. Le conté a Juan, el amado discípulo, también mi entrevista con Nicodemo.
Ya lo ves, me gusta compartir y deseo que tu hagas lo mismo con los tuyos.
3.- MI PRIMER TORMENTO FUE LA SOLEDAD.
Quería estar sólo en el huerto, en compañía única con el Padre, pero deseaba
también la de mis amigos, aunque debían mantenerse a cierta distancia. Se lo
supliqué. Los encontré dormidos. Mi decepción se aminoró cuando me di cuenta de
que estaban muertos de sueño. Desconocían ellos la grave situación en que me
encontraba. No sabían que continuarían duras pruebas que nunca habían conocido
y a las que iba a ser sometido.
Estaba enterado de los tejemanejes de las autoridades y del colaboracionismo de
Judas. Estaba convencido de que había llegado la hora. Momento ansiado y temido
y me preguntaba a mí mismo el porqué de lo que estaba dispuesto a aceptar. Sí,
era el Padre el que lo tenía preparado. El Padre y yo somos uno y nada es exclusivo
o ignorado por el otro. Ser fiel y coherente satisface. Pero, aquí me hablaba al oído
satán, ¿Valía la pena pasar por este trance? Si el proyecto del Padre era evidente,
el tentador me mostraba los resultados que de ello se obtendrían. Me mostraba a la
humanidad, os veía a todos. Pequeños y grandes. Débiles y fuertes. Decididos y
perezosos. Me susurraba que no ignorase vuestras infidelidades, el
aburguesamiento al que os entregabais, la vanidad, la ambición, el egoísmo, la
envidia. Unos eran monstruos perversos y asesinos, otros mezquinos pecadores…
Exageraba cuanto podía… ¿o no? ¿qué te parece?
Debía decidirlo yo solo y apareció entonces la duda. Sufrirla conduce a estrés
emocional inaguantable. Mi sudor enrojecido no era más que una muestra visible de
la agitación de mi interior.
Vuelvo a repetirte, fui preso de la duda. Dictatorial duda.
Pero, me decidí. Desde que vi aparecer el pelotón que franqueaba la puerta de la
muralla, hasta que llegaron a Getsemaní, fue un periodo de intenso sufrimiento,
que duraría algo así como una hora.
¿Por qué no me escapaba a Betania? Es lo que me repetía irónico el maligno…
El Amor fue más fuerte que la duda. El Amor arropó mi soledad. Fui capaz de
sujetar mis músculos y nervios. Y permanecí firme en Getsemaní.
Jesús de Nazaret soy yo, les dije. Su sorpresa duró poco. Tampoco les interesaba
de quien pudiera tratarse y quien en realidad fuera yo. Sabían que era al que
buscaban y era suficiente. Cumplieron su oficio con indiferencia. Les tocaba
obedecer órdenes semejantes casi cada día.
Dudaba por el camino de todo lo que te he dicho. No estaba sólo, pero hubiera
preferible estarlo. Iba atado y rodeado por la guardia.
Se me acudió entonces recordar a mis amigos. Todos habían huido. ¿Fue cobardía o
a ellos también les había sometido a prueba lucifer?
Por el camino pensaba a veces a los que ayudé por estas tierras, el que cerca de
aquí recobró la vista, el que se fue tan campante con su litera al hombro, ¿dónde
estarán ahora, pensaba?.
¿Y mi Padre? También pensaba en Él. Aparentemente, se había ocultado. Yo mismo,
humanamente hablando, no entendía el misterio…
4.- CONSECUENCIAS DE RANGO INFERIOR.
Me iban a procesar. Seguramente lo estaban haciendo ya y me habían abandonado
indiferentes en aquella mazmorra natural. La sed inmovilizaba mi lengua, que
parecía era de rígido cuero. El hambre apareció. ¿valía la pena dejarse también
someter a estos tormentos por pequeños que parezcan?.
De nuevo la duda. De nuevo vuestra presencia. Malos unos, mediocres otros,
esforzados algunos. Por un momento pude ver a personas que oraban, otros se
entregaban generosamente a los demás, fue un instante de consuelo. Una
iluminación instantánea, como la de un flash ¿Estabas tú entre ellos?
La oscuridad era total, mis necesidades fisiológicas humillaban mi existencia, el
hambre y la sed volvían a reclamar una satisfacción que no tenía complacer.
Se oyeron ruidos. Eran gritos groseros. Me llevaron a la presencia de los que me
juzgaban. No fue ningún alivio. Su orgullo quería aplastar todo lo que hasta
entonces sabían que yo había hecho. Pretendían suprimirlo, que mis respuestas me
desacreditasen. Preguntas insidiosas. Puñetazo. Recriminaciones. No me era posible
defenderme.
5.- HUMILLACIÓN
A Herodes, el rey pelele, le había llamado zorro. No se podía usar otro epíteto ante
su conducta y su posterior villanía, cometiendo la salvajada de degollar al Bautista,
que él sabía que era hombre recto. Su recuerdo le amargaba. Llegó a pensar que
yo le suplantaba. No deseaba cometer el error que consumó con Juan.
Rodeado de los suyos, imaginó que lo oportuno era humillarme. Había oído hablar
de lo que yo en su tierra predicaba, muy diferente a lo que él cumplía. Le habían
contado algo de mi doctrina. El mejor ataque es la ironía, la mofa, el descrédito
público, es evidente.
Un hombre de su calaña, no merecía, no me permitía dirigirle la palabra. El Sumo
Sacerdote antes me había increpado atribuyéndose poder divino, de aquí que le
contesté. A Herodes nada podía decirle. Mi silencio le sublevó. Había imaginado que
para entretenerle le podía escenificar algún milagro. No le hice caso. Quiso que
ante las gentes pareciera un bufón disfrazado de soldado.
Fue muy duro para mí. Tu ya lo sabes, nada es tan irritante como el ver que un
ignorante se sirve del poder mal adquirido para hacer daño a una persona superior
a él. No llegaba a ser tan tonto como para que no reconociese su ignorancia
respecto a mí. Si no sobresalía en inteligencia, presumiría de mando. Y fui víctima
de este complejo de inferioridad que ante mí tenía.
Me despidió satisfecho, había quedado bien ante los suyos y creía había minado mi
autoestima.
Me aleje de su presencia sin que, como él temía, podía haberle hecho algún daño.
Marché cabizbajo. Todo yo padecía el tormento de la humillación.
6.- PILATO – EL MANDO SIN PODER.
En consecuencia, gobernar cobardemente y sin seguridad.
Ya lo sabes era el Gobernador romano, el jefe de las fuerzas de ocupación. Podía
mandar a su antojo. Pero no podía mandar a nadie que fuera su amigo. Estaba
rodeado de tropas militares.
Jugaron con él astutamente. Era lo suficientemente listo para darse cuenta de que
lo que querían que hiciera no correspondía a las leyes romanas. Pero se sintió
amordazado por estas mismas leyes, arteramente recordadas. Ni supo plantar cara
a las autoridades religiosas que sinceramente despreciaba, ni siquiera a lo que le
insinuaba su mujer. Tal vez la única persona que le amaba. Me condenó a muerte.
Para él no era nada insólito, estaba acostumbrado a dictar sentencias capitales.
Quiso desentenderse de mí rápidamente. Aprovecho la ocasión para que
ajusticiaran a otros dos. Así dejaría el calabozo libre.
Tanto era mi dolor por todo el cuerpo, que era incapaz de sufrir más por el camino.
Quienes estaban inquietos eran los soldados. Era necesario que llegase vivo al lugar
asignado, de otro modo serían castigados.
Sabes de sobra detalles de mi suplicio y no me has pedido que te los repitiese.
Fueron muy crueles.
Me desnudaron, era una pena degradante. A menudo pensáis en situaciones
morbosas. Nada de esto existía en aquel momento. (Tu sabes que en los países
donde existe la pena de muerte y se condena a un militar a ella, antes de cumplir la
orden, se le van arrancando las condecoraciones e insignias. Es un suplicio
degradante. Pierde su dignidad y condición, quedando al nivel de cualquier anónimo
hijo de vecino. Algo así significaba mi desnudez). Ni Talith, ni túnica, ni nada me
quedaba. Había llegado a la condición de total pobreza. No quise defender que
aquellas ropas me pertenecían, que debía destinarlas a quien dispusiera, no.
Predique el valor de la pobreza y dije que quien la vivía sería bienaventurado. En la
cruz fui pobre absoluto. Te lo cuento para que no invoques derechos de propiedad,
para que no te aflija el infortunio. Nadie me miraba, esperaban en todo caso que
aullara como un animal, que maldijera, que llorase. Hubiera sido una distracción
para el auditorio.
Mi cuerpo estaba mortalmente herido, pero mi corazón latía todavía con ternura.
Miré a los soldados que afanosamente se repartían las ropas de los tres reos. Me
dieron pena. Padre, me quedaban todavía fuerzas para invocarlo, perdónales, que
no saben lo que están haciendo.
Mis otros compañeros sí que se quejaban. Uno desesperadamente me insultó, el
otro tuvo la delicadeza de defenderme. Todo mi cuerpo sufría, mi lengua era
incapaz, como si fuera de trapo, de articular palabras. Pocas pude pronunciar. Las
esenciales, son las que dirigí a los mío. Pero no podía olvidar a este pobre hombre.
Si él no podía hacer por mi otra cosa que defenderme, yo debía hacer por él lo
único que era capaz: le di esperanza.
7.- CICATRICES
Te he hablado de las que quedaron en mi corazón y tú querías conocer. He tratado
de resumírtelas. No quiero exhibirlas, quisiera compartirlas contigo y con tantos
que son sometidos al desprecio, a la traición, a la humillación, para que al
conocerlas halléis consuelo. En tus recuerdos tristes, tal vez en tus traumas, en tus
angustias o depresiones, tendrás una imagen interior de lo que fue mi Pasión
espiritual.