Antropología y educación
P. Fernando Pascual
16-3-2013
Todo proyecto educativo supone y se construye sobre una idea acerca del hombre. Si la idea es
correcta, la propuesta educativa arranca desde buenas bases. Si la idea es equivocada, puede llevar a
aplicaciones erróneas y a daños más o menos graves en los educandos.
Las distintas antropologías surgen ante preguntas formuladas en épocas y culturas diferentes. ¿Es el
ser humano alguien espiritual o simplemente un viviente más complejo? ¿Tiene un destino eterno o
termina y desaparece al llegar la muerte? ¿Aparece desde casualidades evolutivas o existe gracias a
un Dios creador y providente? ¿Nace con una naturaleza sana o hereda un daño, un “pecado
original”, que explica muchas de sus dificultades presentes y futuras? ¿Su vida tiene sentido sólo si
participa en la sociedad o vale por sí mismo aunque no pueda llevar una vida “normal”?
La lista de preguntas podría alargarse, pues el hombre es un ser complejo y no puede ser conocido
sólo si miramos algunas de sus dimensiones. La pluralidad de respuestas, sea a nivel teórico, sea a
nivel práctico, explica por qué existen diferentes sistemas educativos y por qué cada educador
(maestro, padre de familia, comunicador) afronta su tarea desde perspectivas diferentes.
Si nos fijamos en el ser humano, podemos encontrar varios aspectos sobre los que resulta fácil
alcanzar algunos puntos condivisibles.
El primero, observado por diversos estudios durante el siglo XX, es que cada ser humano inicia a
existir con una condición biológica peculiar. Por un lado, carece de instintos fijos que le guíen en
sus acciones, pues casi tiene que aprenderlo todo desde cero. Por otro, tiene una gran ductilidad, lo
que le permite avanzar hacia horizontes y metas muy diversificados, según los estímulos y las
indicaciones que recibe de sus educadores.
El segundo aspecto consiste en la habilidad lingüística y la racionalidad. El niño normalmente
adquiere muy pronto un vocabulario conceptual con el que no sólo señala e identifica objetos más o
menos cercanos (una silla, una mesa, una cama, un pájaro), sino que también le sirve para abrirse
intelectualmente a un mundo de comprensiones con las que puede desarrollar pensamientos más o
menos autónomos.
El tercer aspecto radica en la capacidad de asimilar y hacer propias normas de conducta con las que
luego dirige sus acciones. No sólo para aprender a caminar en posición erguida, sino para evitar
alimentos dañinos, para conseguir una higiene aceptable o simplemente para saludar educadamente
a las personas.
Podríamos añadir más aspectos, desde los cuales notamos ya dos dimensiones fundamentales de
todo ser humano: la capacidad de pensar racionalmente, y la posibilidad de actuar según criterios
éticos. Esas dimensiones explican dos deseos irrenunciables: el de conocer la verdad y el de optar
por bienes verdaderos.
Un buen proyecto educativo tiene presentes estos datos que se obtienen desde una observación
serena sobre el hombre. Desde luego, hay que saber ir más allá y elaborar una explicación filosófica
que los explique adecuadamente y que sirva también para responder a preguntas como las que
presentamos al iniciar estas líneas.
Si conseguimos respuestas acertadas, no sólo superaremos los errores de antropologías
insuficientes, sino que individuaremos qué reflexión antropológica sea la más adecuada a la hora de
elaborar una teoría pedagógica y, sobre todo, a la hora de emprender un buen itinerario educativo
para ayudar a cada niño en su camino hacia la humanización plena.