En el cónclave, ¿fuera todos?
P. Fernando Pascual
Los cardenales se reúnen, se “encierran”, para escoger al nuevo Papa. Nos viene a los ojos del
alma la imagen de la Capilla Sixtina en el Vaticano. Los cardenales están situados a los lados.
De repente, una voz grita: “Extra omnes!” (¡fuera todos!).
A lo largo de la historia la Iglesia católica ha emanando normas para garantizar una elección
papal libre de presiones políticas, de intrigas humanas, de favoritismos, de pactos secretos. La
normativa actual viene de Juan Pablo II, que publicó, en 1996, la constitución apostólica
“Universi Dominici gregis sobre la vacante de la sede apostólica y la elección del romano
pontífice”. Esa normativa fue actualizada en algunos de sus puntos por Benedicto XVI en dos
documentos “Motu proprio”, uno del año 2007 y otro de febrero de 2013.
Antes de esos documentos, para el cónclave los cardenales se reunían en algunas zonas de los
aposentos pontificios y en la Capilla Sixtina los días dedicados a deliberar y escoger al obispo
de Roma. Esos aposentos, sin embargo, no reunían las condiciones de alojamiento adecuadas
para un gran número de cardenales y, sobre todo, para los de mayor edad o con algunas
necesidades de tipo médico. Por lo mismo, en la normativa vigente se mantiene la tradición de
discutir y votar en la Capilla Sixtina, pero la residencia de los cardenales se encuentra en la
Casa Santa Marta (en latín Domus Sanctae Marthae ) que se encuentra dentro de los muros
vaticanos.
A pesar de esta novedad, sigue en pie la idea del “encierro”: los cardenales estarán, durante
los días de votaciones, aislados, sin prensa, sin teléfono, sin televisión, sin curiosos... “¡Fuera
todos!”
En realidad, el “aislamiento” tiene un profundo sentido espiritual. Se trata de vivir los días de
cónclave en un clima de oración, de escucha atenta al Espíritu Santo. El “¡fuera todos!” se
convierte entonces en “¡pero no el Espíritu Santo!” En cierto modo, los cardenales intentan
revivir la experiencia de la primera comunidad cristiana, cuando los discípulos oraban en
común, junto con la Virgen María, cuando llegó, impetuoso, el Espíritu Santo (cf. Hechos de
los apóstoles 1,14; 2,1-4).
En el Vaticano los 115 cardenales con derecho a voto (con menos de 80 años cuando inició la
Sede vacante) van a vivir una intensa aventura espiritual. Estarán acompañados por aquellos
cardenales que, por tener más de 80 años de edad, no entrarán en el cónclave, aunque muchos
de ellos han podido participar en las reuniones de preparación de estos días.
En cierto modo, también los bautizados “estaremos allí”, con la oración constante que se
eleva desde los distintos rincones del planeta. Con la confianza que nos viene de saber que
Cristo seguirá con nosotros “hasta el fin del mundo” ( Mt 28,20). Con la seguridad de que,
unidos en la oración con María, la Madre de Jesús, el Espíritu Santo soplará fuerte dentro de
una Capilla en la que han sido elegidos los últimos Papas. Con la certeza de que un hombre,
débil, frágil, pero generoso, dará su “sí”.
Desde ese momento el nuevo Papa se convertirá en servidor de sus hermanos. Toda su vida
estará dedicada a promover la unidad de la fe y de la caridad entre quienes han recibido un
mismo bautismo y un mismo Espíritu. Seguirá así las huellas de tantos obispos de Roma que
pusieron toda su vida al servicio de sus hermanos.
¿Fuera todos? Físicamente, sí. Espiritualmente, no: allí estaremos, con una oración, en los
días de las votaciones. Y también en el día del anuncio público, alegre, que llegará al mundo
entero: “Habemus Papam!” (¡Tenemos Papa!).