Benedicto XVI deja de ser papa por el bien de la Iglesia
Ángel Gutiérrez Sanz ( Dr. Catedrático de Filosofía)
La decisión de Benedicto XVI de renunciar al Papado fue tomada hace ya muchos meses, y
sólo fue conocida con antelación por su confesor , los demás pudimos enterarnos el pasado
lunes 11 de Febrero. Este hecho tan insólito como inesperado ha cogido por sorpresa a los
miembros de la Curia Cardenalicia, a los periodistas , a los vaticanistas, a todos. Ha sido en
palabras del Nº. dos de La Santa Sede, Angelo Sodano “como un relámpago en un cielo sereno”.
Sorprendente y conmovedora ha resultado esta decisión que ha sido recibida con el mayor
respeto y valorada positivamente casi por unanimidad. Se trata de un gesto valiente que pone en
evidencia la grandeza humana de su protagonista, porque hace falta tener mucho valor para dar
este paso, que rompe con muchos siglos de tradición. Hace falta también mucha humildad para
reconocer las propias limitaciones y además es preciso un gran sentido de la responsabilidad para
anteponer las exigencias de la Iglesia a cualquier otro tipo de consideraciones personal. Esto es
tan evidente que todo el mundo se ha visto obligado a reconocerlo así. Yo diría más, estamos
ante un comportamiento ejemplar. En nuestro mundo donde todos tienen la mirada puesta en el
poder, donde se maquina, se traiciona, se mata por llegar a lo más alto, donde los mandatarios se
aferran a las poltronas como lapas, no deja de ser edificante que el papa nos deje este testimonio
fehaciente de que lo importante es servir y no servirse del cargo.
Una vez recuperados del schock que nos ha conmocionado, ha llegado el momento, como no
podía ser por menos, de comenzar a hacer un análisis sereno. Según he podido ir viendo, la
interpretación que por unos y por otros se está dando a este acontecimiento excepcional,
responde a puntos de vista diferentes. De las escuetas palabras del Santo Padre no se pueden
colegir de forma pormenorizada, cuales son los motivos puntuales que hay detrás de este asunto;
pero tampoco se puede deducir que no los haya. Muchas horas de reflexión en silencio e
intimidad con Dios, sin duda, noches de insomnio incluso habrán precedido a esta trascendental
resolución, en asunto tan grave como éste de seguro que se habrán analizado cuidadosamente ,
los pros y los contras, se habrá hecho balance de lo que se pierde y también de lo que se puede
ganar, habrá, por supuesto, detalles y enigmas que nunca conoceremos por que forman parte del
secreto de conciencia personal que todos guardamos dentro. Lo único que sabemos es que a
BenedictoXVI le “faltan fuerzas” para afrontar los retos que tiene hoy por delante la Iglesia, pero
ello no quiere decir que esté enfermo, ni cansado, ni desorientado, ni desalentado, seguro que
tampoco le faltan coraje y fortaleza y ya sabemos por Juan Pablo II y por la Madre Teresa de
Calcuta que con estas disposiciones, los hombres son capaces de sobreponerse a las limitaciones
físicas y este fiel servidor que fue Benedicto XVI, lo hubiera hecho también en caso de
considerarlo beneficioso para la Iglesia,
Hay motivos más que fundados para pensar que si el Papa hubiera creído positiva su
permanencia en el Ministerio Petrino, él nunca hubiera abandonado su puesto, si lo hace es,
según sus propias palabras “para el bien de la Iglesia” ¿Cómo entender esto? Cuerpo y alma
caminan juntos en intercomunicación mutua, lo que pasa en el cuerpo repercute en el espíritu y
viceversa, como espíritu encarnado que somos, “la falta de fuerzas” puede provenir por
agotamiento físico; pero también por el inevitable desgaste inherente al cargo. Nadie es tan
espiritual, como para sentirse incombustible. En el caso de Benedicto XVI es evidente que “la
falta de fuerzas” para continuar, es fruto de la avanzada edad; pero sin descartar posibles
decepciones, producto de las turbulencias internas en los últimos años de su pontificado, que
nadie como él sabría interpretar . Benedicto XVI se va; pero habiendo sido coherente y fiel a
sus convicciones, leal a su conciencia por encima de cualquier otro tipo de consideraciones.
Seguramente a medida que vaya pasando el tiempo se irán conociendo nuevos datos y podrán
hacerse análisis más completos y detallados.
La dimisión de Benedicto XVI de la que se seguirá hablando durante mucho tiempo, abre un
nuevo paréntesis en la Historia de la Iglesia. No sólo los católicos , el mundo entero se pregunta
¿ Quien será su sucesor? ¿ Cómo serán los tiempos que se avecinan para la Iglesia?. Vuelven a
reabrirse nuevas expectativas y esto es un signo inequívoco de que aún sigue viva la esperanza.
Desde el Concilio Vaticano II tenemos la impresión de que algo puede cambiar, para bien, en
cualquier momento . Percibimos la necesidad de una renovación interior de la Iglesia. El Papa
acaba de recordárnoslo en su penúltima comparecencia en público y es por aquí por donde
debiera comenzar la Nueva Evangelización. La Iglesia necesita de purificación, necesita
evangelizarse así misma.
Cuando nosotros, los católicos, nos hayamos renovado por dentro y rememos todos unidos en la
misma dirección, será el momento para hablar del encuentro ecuménico con todos los cristianos
llamados a conformar aquí en la tierra la unidad visible del cuerpo místico de Cristo. Si esto
sucediera un día, la Nueva Evangelización dejaría de ser un sueño para convertirse en una gozosa
realidad, capaz de alumbrar un mundo nuevo, en el que se volvería a hablar de una Europa
cristiana, de jóvenes enamorados de Cristo, de familias convertidas en templos y de hombres y
mujeres orgullosos de profesar la fe en Cristo En los albores del siglo XXI la Iglesia militante ha
de prepararse para vivir momentos trascendentales de su historia. Al nuevo Papa le espera la
ardua tarea de afrontar los problemas surgidos de un mundo globalizado, de poner en marcha una
nueva pedagogía adecuada a los tiempos y naturalmente conducir a feliz término la renovación
cristiana bajo el signo de esa gran esperanza que se llama La Nueva Evangelización que tendrá
como base estas dos verdades . Dios nos ama, Cristo ha venido por nosotros