Avaricias electrónicas
P. Fernando Pascual
16-2-2013
La avaricia lleva al ser humano a desear, a poseer, a acumular inmoderadamente. Si se refiere a
cosas materiales, es fácil intuir el resultado: la casa se llena de una enorme cantidad de objetos,
muchos de ellos innecesarios y casi nunca usados.
En el ámbito de la informática están surgiendo nuevas formas de avaricia: un deseo inmoderado de
acumular aparatos y aparatos, o un deseo sin límites de tener programas y más programas.
El problema radica en lo siguiente: mientras la avaricia “tradicional” tiene consecuencias visibles
(demasiadas cosas en casa), la avaricia electrónica (o informática) puede ser casi “invisible”: tengo
una computadora o un aparato de mano (iPod, Android, etc.) lleno de miles y miles de programas
que no se ven en ningún armario de la casa.
A pesar de su invisibilidad física, la avaricia electrónica puede desembocar en ciertos males. Uno,
difícil de alcanzar pero no imposible, es llegar a tener la computadora llena. Otro, más sutil y más
peligroso, consiste en la desaparición del tiempo.
Porque el hecho de buscar ávidamente programas y más programas, analizarlos, probarlos,
seleccionarlos y luego usarlos (algunos sólo en poquísimas ocasiones) quita tiempo y más tiempo.
Además, la facilidad y la difusión de miles de programas de todo tipo, desde juegos hasta algunos
de alta tecnología informática, propicia y facilita las avaricias electrónicas: todo es tan sencillo que
uno piensa que no está causando daño a nadie.
El ser humano, sin embargo, no ha nacido ni para acaparar objetos materiales, ni para acumular
miles de programas electrónicos. Nuestros corazones están hechos para amar y para dejarse amar.
La avaricia lleva consigo el riesgo de secar nuestras almas y de amarrarnos a bienes materiales que
nos quitan tiempo y ahogan buenos deseos.
Con una sana disciplina, con una mirada atenta a lo importante, es posible superar una avaricia sutil
y obsesiva. Libres de apegos y atentos a las necesidades de los cercanos y de los lejanos, podremos
volar más alto y más lejos, en el horizonte del amor que nos acerca a Dios y nos permite dar la vida
por los hermanos.