En la barca de la Iglesia
P. Fernando Pascual
12-2-2013
La historia de la Iglesia es apasionante. Desde su nacimiento, tras la Muerte y Resurrección de
Cristo. Desde sus primeros años, con esperanzas y con persecuciones. Desde su larga historia,
escrita con páginas de santidad y de amor, con debilidades, pecados y misericordia.
En la nave sopla el viento del Espíritu. La estrella polar, María, indica el camino hacia Cristo. Dios
Padre convoca, desde Oriente hasta Occidente, a quienes más ama, a los hijos de los hombres.
En esa nave están Pedro y sus sucesores, los Papas. Cada uno, con su carácter diferente y con su
amor a Cristo y a su redil, ha predicado para conservar viva la fe, ha trabajado para sostener la
esperanza, ha sufrido y luchado para encender el amor.
La barca sigue su travesía. Las tormentas no dejan de arremeter contra la nave. Algunos sucumben.
Otros se levantan tras la caída y vuelven a formar parte del pequeño rebaño.
“No temas”, dijo Jesús a Pedro. “No temas”, susurra el Maestro a cada generación de bautizados.
“No temas”, repetían Juan Pablo II y Benedicto XVI. “No temas”, escucho dentro de mi alma.
No seguimos en la nave apoyados en seguridades humanas: lo que es frágil no garantiza certezas ni
robustece las rodillas vacilantes. La fuerza de la Iglesia católica viene de lo alto y nos permite
navegar seguros, hacia la Jerusalén celestial.
Desde la fe, la esperanza y la caridad seguimos nuestro viaje. Permanecemos unidos, confirmados
en la sana doctrina, gracias al Papa.
No importa su nombre ni su origen. Se llamará Juan o Pablo o Juan Pablo, se llamará Pío o
Benedicto, vendrá de Italia, de Polonia, de Alemania o de algún otro lugar de la amplia geografía
católica. Nos basta con saber que Jesús lo eligió y le dice, como al primer Papa: “Apacienta mis
ovejas... Sígueme” (cf. Jn 21,15-19).
Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene firme, desde la fe de
una Iglesia milenaria y siempre joven.
En el horizonte, un banquete: el Cordero ha dado su Sangre para que entremos con Él, vencedores,
en la gran fiesta de los cielos.