Por tantas ayudas, ¡gracias!
P. Fernando Pascual
9-2-2013
Una enfermedad introduce en mundos nuevos. Sobre todo, permite descubrir que hay muchas
personas buenas que buscan tu bien, que se preocupan por ti, que hacen lo posible y casi lo
imposible para que te cures, que están a tu lado y para ello sacan tiempo hasta de debajo de las
piedras.
Nos quejamos, por desgracia con razón, del egoísmo de nuestro mundo. Pero a veces olvidamos
tantos gestos de cariño, de ayuda, de generosidad, que brillan de un modo especialmente intenso
cuando la enfermedad ha hecho su aparición en nuestra vida.
Por eso, el corazón tiene necesidad de dar una y otra vez las gracias.
¡Gracias a quienes me vieron en necesidad y en seguida buscaron el modo de acercarme a la zona
de urgencia de un hospital!
¡Gracias a quienes me llevaron y me animaron en esos momentos de zozobra ante lo inesperado de
una enfermedad y ante las dudas sobre la gravedad de la misma!
¡Gracias a quienes me acogieron a la llegada del hospital, al médico que se interesó por mi salud, a
la enfermera que tomó mi sangre y midió mi presión!
¡Gracias, porque me escucharon cuando di mi parecer, porque aceptaron mi opinión y me ofrecieron
una terapia alternativa, porque acertaron en el diagnóstico y porque me avisaron de los peligros de
la situación!
¡Gracias a la farmacéutica que sonrió al ofrecer las medicinas y que me permitió, en el mismo día,
empezar a tomar pastillas!
¡Gracias a tantos compañeros y amigos que me preguntaron por mi salud, que rezaron a Dios para
que me ayudase, que se interesaron por mi recuperación, que me dieron consejos para que me
cuidase y no hiciera locuras...!
Sufrir nos cuesta, a algunos quizá mucho más que a otros. Pero la enfermedad se hace más llevadera
y fácil si tenemos la dicha de encontrar, a nuestro lado, tantos y tantos corazones buenos, dispuestos
a lo que haga falta, incluso a “perder” todo un domingo en el que esperaban un merecido descanso,
con tal de ayudarnos, acompañarnos, atendernos de la mejor manera posible.
Si existen en el mundo tantas personas buenas, ¿qué no tendremos que decir al pensar en Dios? A
Él, sobre todo a Él, ¡gracias! Porque me dio la vida. Porque ha estado y está siempre a mi lado.
Porque me da esperanza. Porque suaviza las malas noticias. Porque inspira la caridad en tantas
personas que están a mi lado. Porque también me invita a estar más atento a los dolores de mis
hermanos que a los míos.
Gracias, por eso, a Dios. Porque un día, cuando la enfermedad sea incurable y los dolores seguros,
me ofrecerá la certeza de que mi dolor tiene sentido junto a Cristo en el Calvario. Entonces me
estará preparando, si acojo humildemente su gracia, a la gran fiesta que inicia al salir de los
umbrales de la vida en el tiempo para entrar, definitivamente, en el Reino de los cielos.