ALGO MÁS QUE PALABRAS
ENCONTRAR UN CAMINO DE ARMONÍA
Se acumulan las discrepancias. Cuando se pierde el respeto natural, la propia vida se
convierte en un caos. Cada día estoy más seguro que el conocimiento profundo de las religiones
puede unirnos y derribar tantos muros que nos separan. Claro, siempre que seamos sinceros. Por
eso, pienso que el mundo debe realzar la Semana Mundial de la Armonía Interconfesional entre
las diversas religiones, confesiones y creencias. Ciertamente, es un acontecimiento anual
relativamente reciente, puesto que es desde 2011 y durante la primera semana de febrero,
cuando tiene lugar dicha celebración, pero ha de servirnos para afianzar los mensajes de amor.
Precisamente, en la resolución dictada por la Asamblea General de Naciones Unidas, se subraya
la necesidad de comprensión y de diálogo entre todas las culturas, cada uno según las propias
tradiciones o convicciones religiosas. En la medida que podamos crecer en la mutua
comprensión, compartiremos una estima por los valores éticos, algo que tiene que ser conocido
y reconocido por todos, para reencontrar ese camino armónico que en nuestro interior
buscamos.
Hallar un camino de armonía, o lo que es lo mismo de autorrealización de la familia
humana, en un mundo crecido por tantas discordancias no es fácil, máxime en un momento de
tantas dificultades para buena parte de la población. Sin duda, las iglesias y las comunidades
religiosas constituyen espacios privilegiados para tender puentes de auxilio social
imprescindibles. Sirva, como ejemplo, la solidaridad entre generaciones que es una obligación
en la tradición judeocristiana y en otras religiones. Lo mismo sucede con el medio ambiente que
no es solo un lugar natural sino también sagrado. La comunidad y la fidelidad entre el hombre,
la naturaleza y el Creador es el principio básico tanto del judaísmo como del cristianismo y el
islam. En todo caso, todo diálogo vive de la pretensión de verdad de los que en él participan, y
tratándose de un parlamento entre religiones, la plática si cabe debe ser aún más profunda, no en
vano las religiones reconocen a la divinidad atributos esenciales como la bondad y la justicia.
Desde luego, se hace necesario encontrar formulas de consenso, que nos permitan superar
lecturas parciales y eliminar falsas interpretaciones, sobre un mundo cada día más
interdependiente.
El acercamiento de unos y de otros, desde el respeto a la diversidad, ha de ser prioritario
para encontrar esa vía armónica, de equilibrio y conciliación, que todos necesitamos para
disfrutar de la propia vida. Tenemos que superar las tensiones y los conceptos erróneos para con
las multitudes de creencias. Es preciso avivar la tolerancia para que disminuya el aumento
vertiginoso de la violencia, que tanto se ha mundializado, y que nos impide resolver las
controversias de manera pacífica. Evidentemente, en la raíz de muchas religiones, la unidad es
concebida como un don del Creador. Así, la unidad entre los cristianos más que un fruto del
esfuerzo humano es obra y don del Espíritu Santo, que nos guía hace la plena comunión, y nos
permite recoger la riqueza espiritual presente en las diversas iglesias y comunidades
eclesiásticas. Un caminar más allá de la fe, acaba de recordar Benedicto XVI, lo que significa
es también "superar el odio, el racismo y la discriminación social y religiosa que divide y daña a
toda la sociedad". Sin ese mundo de las creencias religiosas en conexión con el mundo de la
racionalidad secular, va a ser dificultoso entablar un diálogo profundo y continuo, cuestión que
considero vital para el bien armónico de nuestra civilización.
La armonía es un conjunto de acordes que nos entusiasman y embellecen, que
demandamos como el aire para respirar, una partitura requerida para vivir en paz. La incitación,
pues, al odio religioso o la denigración de las religiones, me parecen hechos absurdos y
mezquinos. A propósito, quisiera reclamar la atención de las instituciones internacionales, para
abordar directamente estos problemas de discriminación sobre la base de la religión y las
creencias. Los cultos, como la vida misma, no se pueden silenciar. Limitar de manera arbitraria
esa libertad, significa cultivar una visión reductiva del ser humano.
Realmente somos algo más que un trozo de cuerpo, tenemos sentimientos, como es la
necesidad de transcender la propia materialidad, cada cual desde sus culturas y desde sus
devociones. Por supuesto, esa libertad religiosa no es únicamente patrimonio de los creyentes,
lo es de todos, de toda la familia humana. Ahora bien, ¿cómo negar la aportación de las muchas
religiones del mundo al desarrollo de la civilización, sí la propia búsqueda de Dios ya conlleva
un mayor respeto por la dignidad del ser humano?. Tanto la sociedad que quiere imponer, como
la que quiera negar las creencias, es injusta y tremendamente manipuladora. El patrimonio
moral y espiritual no pertenece a ningún poder, es de las personas que han de ser (y sentirse)
libres para escuchar la propia voz interior que todos llevamos dentro.
Observando, en consecuencia, que el diálogo entre religiones y culturas es más preciso
que nunca, por aquello de avanzar en la comprensión, en la tolerancia y en el respeto hacia toda
persona, debemos acoger con beneplácito cualquier Semana Mundial de Armonía
Interconfesional, sabiendo que sus frutos propician la paz como una prioridad sagrada, puesto
que todas las verdaderas religiones se esfuerzan por conseguir que las personas obedezcan a su
Creador, así como por promover el buen hacer colectivo e individual. En ese camino de
armonía, no pueden crecer otras campañas que no sea la del amor verdadero, que es un elemento
común en todas las religiones. Condenamos cualquier interpretación religiosa que preconice el
pánico porque ningún motivo puede justificar el terror y el asesinato. Sabemos que todos
aspiramos a esa fraternidad armónica, cuyo sentir religioso es un motor fundamental que ofrece
un sentido ético, principios morales y una guía positiva para conducirse por este planeta. Las
personas con creencias profundas, siempre actúan de acuerdo con el principio de reciprocidad:
tratemos al prójimo como quisiéramos ser tratados nosotros. Dicho queda.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
27 de enero de 2013