Ser constructores de la paz
Martha Morales
Todos deseamos la paz personal, colectiva y mundial pues tenemos una vocación
innata hacia la paz. Es una aspiración humana y coincide con el deseo de una vida
humana plena y feliz, pero no siempre conocemos el camino que nos lleva a ella. El
Papa Benedicto XVI nos invita a reflexionar sobre este objetivo y nos da algunas
ideas para lograrlo. En pocas palabras –en resumen- dice lo siguiente:
El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el
respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su
concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Los auténticos trabajadores por
la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en
todas sus dimensiones: personal, comunitaria y trascendente. La vida en plenitud
es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos
contra la vida.
Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana, sostienen, por
ejemplo, la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo,
proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La muerte de un inocente nunca podrá
traer felicidad o paz. ¿Cómo pretender salvaguardar el medio ambiente, sin que sea
tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han
nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca daños
irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente.
Tampoco es justo codificar nuevos derechos o libertades, basados en una visión
reductiva del ser humano, mediante expresiones ambiguas que favorecen un
pretendido derecho al aborto y a la eutanasia.
La estructura natural del matrimonio debe ser reconocida como la unión de un
hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista
jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y
contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel
insustituible en la sociedad. Estos principios están inscritos en la misma naturaleza
humana y se pueden conocer por la razón.
Una pedagogía de la paz pide claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos
de vida apropiados. Las palabras y los gestos de paz crean una mentalidad y una
cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario
vivir con benevolencia más que con simple tolerancia. Hay que decir que no a la
venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas
y, en fin, perdonar para avanzar juntos a la reconciliación. Esto supone la difusión
de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia
se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos.
En la antigüedad los ídolos eran de piedra, de madera, de metal o de mármol;
ahora los ídolos son otros: el dinero, el poder, una adicción malsana, un ser
humano a quien se absolutiza, etc. El Papa dice: Es necesario renunciar a la paz
que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta
falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse
en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario,
la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y
perseverancia.
Jesús encarna todas estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí
mismo. En el mundo está Dios, el Dios de Jesucristo, completamente solidario con
los hombres. Pidamos a Dios nos haga instrumentos de su paz. (1 enero, 2013).