E PIFANÍA , L UZ DE LAS GENTES
Hoy se cumplen las profecías, hoy los augurios se hacen historia: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que
llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los
pueblos, pero sobre ti amanecerá el Se￱or, su gloria aparecerá sobre ti” (Is 60, 1-2).
El día de la manifestación de Jesús a todas las naciones, cuando parece que todos los pueblos quedan
inundados de luz, me vienen a la memoria unos textos bíblicos que en una primera lectura cuesta comprender.
“Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la
profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el
corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con
sus oídos oigan, con su coraz￳n entiendan y se conviertan, y yo los sane” (Mt 13, 12-15).
¿Cómo es posible que exista una voluntad divina que obstruya la capacidad de ver, es más, que se haga
estrategia para que algunos no vean, ni entiendan? ¿Qué sentido pueden tener las palabras del Evangelio? San
Pablo reconoce, después de su experiencia evangelizadora: «Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros
padres por medio del profeta Isaías: Ve a encontrar a este pueblo y dile: Escucharéis bien, pero no entenderéis,
miraréis bien, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y
sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, y con sus oídos oigan, y con su corazón entiendan y se
conviertan, y yo los cure” (Act 28, 25-27)
Una explicación posible es que los textos del Nuevo Testamento, ante la obstinación del pueblo de
Israel de no reconocer al Mesías, actualizan, de alguna forma, la profecía de Isaías, y en la cerrazón de las
autoridades ven realizarse las palabras del profeta: «Ve y di a ese pueblo: "Escuchad bien, pero no entendáis,
ved bien, pero no comprendáis." Engorda el corazón de ese pueblo hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no
sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure».
Yo dije: «¿Hasta dónde, Señor?» Dijo: «Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin
hombres, la campiña desolada, y haya alejado del Señor a las gentes, y cunda el abandono dentro del país. (Is
6, 9-12).
San Pablo concluye: «Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí
que la oirán» (Act 28, 28). Y el evangelista “¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque
oyen!” (Mt 13, 16). Lo positivo de que los gentiles verán y entenderán, oirán y comprenderán, ¿será a costa de
la incredulidad del pueblo de la Alianza el que se abra el Evangelio a todas las naciones?
Si volvemos al profeta, encontramos una promesa de esperanza. “Aun el décimo que quede en él
volverá a ser devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un toc￳n: semilla santa será su toc￳n”. El
tocón representa al resto de Israel, del árbol cortado brotará un vástago. Los humildes y sencillos recibirán la
Buena Noticia, se convertirán en árbol frondoso. De ese tocón nacerá el Mesías.
Si aplicamos la profecía y la parábola a nuestro momento histórico, cuando todo parece vaciarse de
sentido trascendente y se repiten las actitudes de cerrazón ante quien viene como Luz y como Verdad, desde la
Palabra de Dios, nos abrimos a la esperanza, porque siempre quedará un resto, una semilla santa, de la que
brotará un pueblo justo.
Si personalizamos el texto, en cada uno de nosotros se da quizá también el proceso de incredulidad, de
emancipación, pero tantas veces, cuando llegamos al limite de nuestros despojos, a la extrema debilidad,
dejamos paso a la experiencia menesterosa que nos permite abrirnos a la luz, a la salvación, y nos sentimos
agradecidos porque la oscuridad se ha convertido en luz, y de nuevo contemplamos la estrella y surge de
nosotros el reconocimiento y la adoración.
Es doloroso reconocer que se tengan que dar procesos tan traumáticos para volvernos enteramente
hacia el Señor. Es el momento de sentir el privilegio de la fe, como dice el evangelista: “Dichosos porque
veis” y de adorar.