Los Magos de Oriente
Rebeca Reynaud
Epifanía
El Papa Benedicto XVI dice que, difícilmente habrá otro relato bíblico que haya
estimulado tanto la fantasía, pero también la investigación, como la historia de los
“Magos” venidos de “Oriente” (cfr. La infancia de Jesús , p. 95). Los Magos eran
astrólogos. El centro del episodio es la cita del profeta Miqueas, quien dice
literalmente: Más tú, Belén Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá,
de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel (Miq 5,1)
¿Quiénes eran los magos?
Los magos eran consejeros de reyes. Estos sabios cultivaban la astrología o
astronomía, la medicina, la botánica, la aritmética y la geometría, entre otras
ciencias. Venían de Oriente, palabra vaga, que geográficamente designa toda la
región que se extiende al otro lado del Jordán: en primer lugar, Mesopotamia, la
tierra del Tigris y del Eufrates, donde se asentó Babilonia, y, finalmente, Persia
(Irán). El nombre de “magos” tiene precisamente un origen persa. En cuanto a si
eran reyes o no, se puede afirmar que ningún autor anterior al siglo IV les da ese
título. Herodes no los trató como reyes.
Cuando salieron de su casa o palacio, todo el mundo les decía a los Magos que ese
viaje era una locura, suponía dejar su comodidad y su seguridad a cambio de seguir
una señal débil: una estrella, es decir, un destino incierto. Así es la vocación.
San Mateo dice: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá durante el gobierno del
rey Herodes, unos Magos vinieron de Oriente y se presentaron en Jerusalén
diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer. Porque hemos
visto en Oriente su estrella y venimos a adorarle” (2,2). Los Magos se
desconciertan cuando llegan a Jerusalén y nadie sabe que ha nacido el Mesías. La
interpretación literal del texto del evangelio hace suponer que se trata de una
estrella que aparece, avanza y se oculta, hasta lucir de nuevo.
La estrella
Kepler calculó que entre el año 7 y el 6 a.C. ¾que se considera hoy el año verosímil
del nacimiento de Jesús¾ se produjo una conjunción de los planetas Júpiter,
Saturno y Marte. Se produce una explosión enorme, de manera que desarrolla una
intensa luminosidad durante semanas y meses. Kepler opinaba que la conjunción
ocurrida en los tiempos de Jesús debía estar relacionada con una supernova. Así
explicó la luminosidad de la estrella de Belén. La gran conjunción de Júpiter y
Saturno en el signo de Piscis en los años 7-6 a.C. parece ser un hecho constatado
(Cfr. J. Ratzinger, La infancia de Jesús , p. 104-105).
En el relato de San Mateo la estrella juega un papel importante. Una noche , estos
sabios, tres según la tradición, Melchor, Gaspar y Baltasa r [1] , descubrieron una
estrella misteriosa que Dios hizo brillar ante ellos, y, recordando los antiguos
vaticinios, se dijeron: “He aquí el signo del gran rey; vayamos en su busca”. Es una
estrella que vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver hasta que salieron
de Jerusalén camino a Belén, se mueve delante de ellos en dirección norte-sur. La
estrella que conduce a los magos simboliza al mismo Jesucristo, la luz increada que
ilumina a todos los hombres y los transform a [2] .
La gente sale a la calle para ver pasar la regia comitiva. A la escena exótica se
junta una pregunta desconcertante “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?”. (Mt
2,2). Se turbó Herodes y, con él, toda Jerusalén. Ante la grandeza de Dios no faltan
personas que se escandalizan; porque no conciben otra realidad que la que cabe en
sus limitados horizontes. Mientras los magos estaba en Persia -escribe San Juan
Crisóstomo- no veían sino una estrella; pero cuando abandonaron su patria, vieron
al mismo sol de justici a [3] .
Informes de Herodes
Según el testimonio del historiador Flavio Josefo, Herodes tenía una red de espías,
que son los que le informan de la llegada de los Magos. Llama, pues, a los
pontífices y a los escribas, es decir, a la sección del alto consejo, que le servía de
norma de interpretación de la Escritura. Cuando le dicen que el Rey de los judíos
debe de nacer en Belén, la respuesta debió calmar un poco las suspicacias de
Herodes, pues no era fácil que en Belén, población de poca importancia, hubiese
una familia tan ilustre que pudiese disputarle la corona. Creyó que lo más
conveniente sería disimular “y llamó en secreto a los magos” (Mt 2,7). Después de
agasajarlos hipócritamente, los despidió con una recomendación: “Id e informaos
bien de ese Niño. En cuanto le hayáis encontrado, hacédmelo saber, pues también
yo quiero ir a adorarle” (Mt 2,8). El colmo de su sagacidad está en querer convertir
en espías y delatores a aquellos nobles extranjeros que se confiaban a é l [4] .
Los Magos quedan perplejos cuando aparece de nuevo la estrella y se detiene en un
lugar pobre de Belén, en un pesebre donde sólo hay gente sencilla. Se dieron
cuenta de que ese Dios de infinita majestad nace en un lugar donde comían y
descansaban los animales. Cristo nace en un “comedero” que profetiza la
Eucaristía, donde podemos comer y descansar. Los Magos podrían haber dicho, si
fueran soberbios: —“¿Para esto he venido? Para vera un Niño en un pesebre?”, en
cambio piensan: “¿Qué me quiere decir Dios con esto?... La grandeza del Creador
encerrada en una criatura inerme”. Cambian sus parámetros, su forma de ver la
vida. La elegancia no viene de Francia, sino que está en acomodarse a los planes de
Dios, en ser flexibles.
De lo que dice San Mateo se desprende que los Magos pasaron en Belén, por lo
menos, una noche. Presentaron sus regalos, como lo exigía la etiqueta oriental. El
oro, debió constituir una ayuda providencial para la pobreza de la Sagrada Familia.
Dar es propio de enamorados, y Dios mismo nos señala lo que quiere de nosotros.
No le importan los bienes de la tierra porque todo eso es suyo; quiere algo íntimo,
que podemos darle libremente: dame, hijo mío, tu corazón (Prov XXIII, 26).
Los bienes de la tierra son excelentes, pero el hombre los pervierte cuando los
convierte en ídolos. No debemos ir detrás de los bienes económicos como si fueran
un tesoro. El tesoro está reclinado en un pesebre; el tesoro está en la
Eucaristía, porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro
corazón (Mt 6,21).
La visita de los Magos pone de manifiesto el alcance universal de la misión de
Cristo, que viene a realizar una tarea que afecta no sólo a Israel, sino a todos los
pueblos. Jesús es el Emmanuel anunciado por Isaías y los demás profetas. La
presencia de los Magos fue una ráfaga de gloria sobre la infancia de Jesús.
Un poeta contemporáneo escribe: Al principio Dios quiso poner un pesebre y creó el
universo para adornar la cuna. “La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo.
Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A
nosotros sólo nos pide que le reservemos un rincón limpio (...) que abramos las
ventanas y miremos al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad,
que existen, y vienen siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal”
(Cf. E. Monasterio, El Belén que puso Dios, Ed. Palabra, España 1996, p. 9).
[1] Los Magos aparecen por primera vez con nombre en un manuscrito del siglo
VII, que se encuentra en la Biblioteca Nacional francesa. En el siglo IX son
nombrados como Melchor, Gaspar y Baltasar en un mosaico de Rávena (MIGNE II,
14).
[2] Cfr. A. Argemi Roca, Epifanía, en GER 8, 690.
[3] S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae, 6,5 (PG 57,78).
[4] Cfr. Justo Pérez de Urbel, Vida de Cristo , Minos, México 1989, pp. 76-77.