¿Existen culpas en las instituciones “abstractas”?
P. Fernando Pascual
5-1-2013
Encontramos con cierta frecuencia acusaciones graves contra Estados, contra religiones, contra
grupos culturales, contra asociaciones. Ante las mismas podemos formular dos preguntas: ¿desde
dónde se construyen esas acusaciones? ¿Qué tipo de validez pueden tener?
Esas acusaciones se fundan, normalmente, en una idea más o menos sencilla: existen instituciones o
realidades “abstractas” que adquieren culpabilidad desde las acciones concretas de los individuos
que las componen.
Así, “Francia” habría adquirido una culpa colectiva por las atrocidades perpetradas por muchos
ciudadanos durante la Revolución francesa, o en el proceso de conquista y colonización de amplios
territorios del planeta, o en otros muchos hechos de su historia. “Gran Bretaña” llevaría en su
pasado los crímenes de piratas y de conquistadores que cometían atrocidades con el beneplácito de
sus gobernantes. “Estados Unidos” tendría a sus espaldas la culpa de haber provocado miles y miles
de muertos con el uso de dos bombas atómicas y con bombardeos masivos sobre casas habitadas
por personas desarmadas en las ciudades del “enemigo”.
La lista anterior podría alargarse casi para cada pueblo. Alemania, España, Italia, Rusia, China,
Camboya, Sudán... ¿no hay una historia gris de crímenes y de injusticias cometidos durante el
pasado por personas concretas de muchas naciones del planeta?
Si miramos al mundo de las religiones, las acusaciones son semejantes. Ha habido católicos que han
matado injustamente a seres humanos indefensos. También ha habido protestantes, musulmanes,
budistas, hinduistas, y un largo etcétera, que cometieron crímenes y robos. ¿Son culpables cada una
de las religiones de los delitos cometidos por sus miembros?
Por lo que acabamos de ver, el fundamento de estas críticas consiste en suponer, por un lado, que
ciertas instituciones o realidades tienen una especie de identidad que las hace responsables de todo
lo que hacen sus miembros. Por otro lado, quienes son parte de un Estado o de una religión,
automáticamente quedarían manchados por las culpas cometidas por otros miembros del grupo al
que pertenecen.
Sin embargo, y así pasamos a la segunda pregunta, las dos suposiciones apenas recordadas carecen
de validez. Una persona puede ser cristiana y no tener nada que ver con lo que hace un
fundamentalista cristiano que asesina manipulando el nombre de Cristo. Una persona puede ser rusa
y rechazar firmemente todos los crímenes cometidos por Lenin y Stalin y por otros padres del
comunismo soviético.
Alguien podría objetar que existen ciertas realidades que, intrínsecamente, están tocadas por el mal.
¿No se podría juzgar así a grandes Estados totalitarios, como el de la Alemania nazi o el de la Unión
Soviética? Pues incluso en esos casos, miles y miles de alemanes y de rusos que vivieron bajo la
autoridad de gobiernos inicuos supieron mantenerse firmes en su oposición a la tiranía, incluso a
precio de dar su sangre.
Esos héroes (y los casos son muchísimos, en casi todos los pueblos y realidades “abstractas”) no
dejaron de ser alemanes o rusos. Por lo mismo, acusar a un alemán antinazi de las culpas de su
Patria durante el nazismo es algo sumamente injusto y fuera de todo respeto a la verdad.
No existen, necesitamos reconocerlo, culpas en las instituciones “abstractas”. Las culpas son de las
personas. Acusar indiscriminadamente, como se hace en tantas ocasiones, a pueblos o a religiones
de los crímenes del pasado o del presente cometidos por algunos de sus miembros es, sencillamente,
una injusticia y una falta de verdad al auténtico sentido de la historia.
Más allá de esos delitos, también los pueblos y las religiones cuentan con miles, millones de
hombres y mujeres de todas las clases sociales que han actuado desde el heroísmo y la justicia.
Hombres y mujeres que son la mejor parte de cada realidad “abstracta”. Con sus actos concretos
reflejan que el mal no se transmite de gobernantes a gobernados, que no existen “culpas colectivas”,
porque siempre ha habido (y hay) miembros de Estados o de religiones con corazones buenos que
han usado su libertad para escribir las mejores páginas de la historia humana.