¿Por qué ocurren los “accidentes”?
P. Fernando Pascual
22-12-2012
El fuego calienta. Nadie (o casi nadie) lo pone en duda. Mañana lloverá. Bueno, eso no está tan
claro.
Hay cosas que ocurren de una manera bastante fija. Sobre las mismas tenemos certezas. Otras cosas
suceden de modo imprevisto y sin reglas claras. Sobre ellas tenemos opiniones y, a veces, miedos o
esperanzas.
La ciencia y la filosofía son amigas de estudiar lo necesario, lo universal, lo que actúa y se
manifiesta de manera constante. Lo extraño, lo fortuito, lo contingente, queda en un territorio
desconocido.
Pero los accidentes ocurren. Entendemos aquí accidente, entre sus posibles significados, lo que se
produce fuera de la norma, o por motivos no bien conocidos, o desde coincidencias imprevistas.
Es necesario (al menos en la mayoría de los casos) que si hace calor tengamos sed. Es accidental
que uno, al salir a buscar agua para beber, se encuentre con un amigo al que no veía desde hacía
años.
Surge la pregunta: ¿por qué ocurren los accidentes? Una primera respuesta parece sencilla: porque
se entrecruzan dos o más “historias”, sin que entre sí haya conexión alguna.
Un ejemplo que pone Aristóteles habla precisamente del tener sed y del morir violentamente al salir
de casa. El que busca agua no desea la muerte. El que persigue a un enemigo, desea acabar con su
vida. Los dos se entrecruzan, el segundo confunde al primero con el enemigo, y “por accidente”
muere un inocente.
Es normal que, ante la perspectiva de futuros accidentes, los seres humanos tengamos algo de
miedo, y en ocasiones también esperanzas. Nos encantaría dominar el futuro, para evitar peligros, o
para cavar agujeros precisamente en ese terreno donde hay enterrado un tesoro (otro ejemplo clásico
para hablar de lo accidental y fortuito).
La vida, sin embargo, está envuelta en tinieblas. No alcanzamos a entrever nunca dónde se esconda
un enemigo y en qué esquina encontraremos a alguien buscado durante meses.
La ciencia deja de lado estos eventos, o los intenta abarcar con un genérico “hoy no sabemos, pero
mañana todo lo que ocurra quedará perfectamente encuadrado en fórmulas científicas”. Mientras
llega ese hipotético (y seguramente imposible) “mañana”, miles de pseudo magos y adivinos
intentan desvelar misterios y controlar futuros.
A pesar de la ilusión de una ciencia que un día llegaría a saber todo, y de los ardides de
embaucadores que “leen el mañana”, el futuro permanece, ante nosotros, un misterio.
¿Por qué, entonces, los accidentes? Porque vivimos en un mundo frágil, porque la materia está
abierta a cientos de posibilidades, y porque en el ser humano radica un horizonte casi inabarcable de
libertad.
Desde ella, todos los días se escriben historias llenas de “accidentes”. Cada uno de ellos nos acerca,
irremediablemente, hacia una meta definitiva, envuelta para muchos en el misterio, y para otros
llena de la luz que procede de un Dios bueno.