25 . EL DRACMA
“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los
pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
«Ése acoge a los pecadores y come con ellos»
Jesús les dijo esta parábola:… « Y si una mujer tiene diez monedas y
se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con
cuidado, hasta que la encuentra? ( Lc 15,1-32 ).
El evangelio según San Lucas narra, de modo sublime, el misterio
insondable de la bondad infinita de Dios, Padre, en estas tres parábolas de la
misericordia, perlas de las parábolas: La oveja perdida, el dracma y el hijo pródigo.
Ponen la mirada en el valor de la conversión y la reconciliación del hombre con un
Dios, que “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez
18,23).
Esta parábola de la moneda perdida es propia de San Lucas y tiene la misma
lección que la anterior. El dracma era y es la unidad monetaria griega, en aquel
ambiente tenía un valor equivalente al denario. En esta parábola, Jesucristo tiene la
misma finalidad de exponer la solicitud y el gozo de Dios por la conversión de un
pecador. La descripción es viva y minuciosa. La mujer barre y revuelve todo para
encontrarla; en las casas pobres el suelo era de tierra pisada. La alegría de esta
pobre mujer al encontrar aquella moneda, algo tan apreciado para ella, es tan
grande que convoca al vecindario, le comunica todo el proceso de búsqueda y su
gran satisfacción y le pide que la feliciten y se alegren con ella.
De este mismo modo, habrá alegría “entre los ángeles de Dios” por un
pecador que se convierta; esta expresión “los ángeles de Dios” es una forma
sinónima de “la alegría que hay en cielo” en la parábola de la oveja perdida. El
pecador convertido pertenece a la familia del cielo y hay inmenso gozo cuando este
pecador vuelve a esa familia celestial.
El amor misericordioso y constante de Dios busca lo perdido y se alegra
cuando lo encuentra, Dios hace que el pecador arrepentido y convertido recupere la
tranquilidad y esa imagen suya deformada por la acción del pecado (Col 3,10) y
llegue a ser su hijo adoptivo (Gál 4,4); pero no se vaya a creer que Jesucristo no
tiene en cuenta el pecado del hombre, también pide, como los profetas, la
conversión, y en ese sentido vemos que se insiste en la conclusión de la parábola
anterior (Lc 15,7). Al respecto dice Santa Teresa de Jesús: “Acuérdense de sus
palabras, y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle,
que su Majestad de dejar de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden
agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir. Sea bendito por
siempre, amén y alábenle todas las cosas” (Libro de la Vida 19,15).
Mientras los fariseos y maestros de la ley se mantienen a distancia de los
pecadores por fidelidad a la Ley (Ex 23,1; Sal 1,1; 26,5), estos -gentes que no se
preocupaban de la pureza «legal» farisaica- acudían a Cristo para oírlo. Por esto,
los fariseos y escribas censuran que come y acoge a los pecadores. Las tres
parábolas responden a esta acusación. Originariamente, son la respuesta de Cristo
a las críticas farisaicas ante la admisión de «pecadores» en el reino. Jesucristo de
forma indirecta, argumenta, que su conducta refleja la acción amorosa de Dios
mismo. Al "excluirme a mí renunciáis al Dios Verdadero". Jesús se manifiesta
testigo excepcional del amor de Dios; el amor es característica de Dios, no puede
dejar de amar y manifestar su misericordia constantemente y busca siempre al
pecador, para que se arrepienta y vuelva al seno paterno.
Lo que los maestros de la ley le critican no es que hable del perdón al
pecador arrepentido, ya muchos textos del Antiguo Testamento hablaban del
perdón divino, lo que sorprende radicalmente es la conducta de Jesús, que, en
lugar de condenar, como Jonás o Juan Bautista, o exigir sacrificios rituales, para la
purificación, como los sacerdotes, come y bebe con los pecadores, los acoge y les
abre gratuitamente un horizonte nuevo de vida y de esperanza. Les muestra que el
amor y la misericordia de Dios esperan con ansia y paciencia todos los días al
pecador arrepentido. Esta es la tesis que inculcan estas parábolas; su objetivo
primario reside en ilustrar la raíz profunda de la misericordia de un Dios que
Jesucristo manifiesta y llama “Padre”.
Camilo Valverde Mudarra