Tú eres libre para amarme
P. Fernando Pascual
22-12-2012
Hice mal uso de la libertad que recibí de Ti. Me la diste para amar y opté por el egoísmo. Me la
diste para dar, y escogí según la avaricia. Me la diste para perdonar, y guardé por meses y meses un
rencor que me asfixiaba. Me la diste para llorar, y preferí aguantar las lágrimas para seguir en mi
pecado.
Así he vivido tantas veces: en contra de tus planes. El tesoro de mi voluntad fue arrojado a lo más
bajo. Renuncié a la luz y opté por las tinieblas.
Sé que Tú no te detienes ante mis faltas. Eres Dios y eres, sobre todo, Padre. Por eso eres libre para
amarme. Y mantienes en alto la bandera de la misericordia, a pesar de la multitud de mis pecados.
Quizá he llegado a pensar que soy incorregible. Después de tantos años... Pero si Pablo abandonó
sus odios, si Agustín rompió con los pecados de la carne, si Charles de Foucauld renunció a sus
sueños mundanos, si André Frossard pudo encontrarte en una capilla de París,... ¿no será posible
que también yo me deje abrazar por Ti?
Nunca has doblegado mi libertad. No puedes retraer tus dones. Arriesgaste mucho al crearme,
porque sólo esperabas encontrar amor. Cuando mi pecado me alejó de casa, Tu Amor continuó
despierto, y dejaste abierta una puerta a la esperanza.
No me puedes obligar a amarte, ni yo puedo obligarte a dejar de amarme. Me admira tu insistencia,
me sorprende tu fidelidad. Así actúas con tantos corazones: los llamas con lazos de amor (cf. Os
11,4). Así actúas con el mío, también hoy, también ahora, como ayer y como mañana, si todavía
cierro con el egoísmo las puertas de mi alma.
Este día es tiempo de gracia, es tiempo de salvación (cf. 2Cor 6,2). Puedo... y, esta vez sí, quiero
abrir mi vida a tu misericordia.
Entra, Señor, purifica, y salva.