La confesión y el robo de la gallina
P. Fernando Pascual
15-12-2012
Era un catequista ingenioso. Aquel domingo se había propuesto explicar cómo ir al grano en la
confesión. ¿El objetivo? Ahorrar tiempo al párroco y dejar las cosas claras desde el inicio, en vez de
dar vueltas y vueltas antes de llegar a lo importante.
“Imagínate que has robado la gallina del vecino y quieres confesarte. Puedes hacerlo de varias
maneras, pero hay una que deberías evitar: dar vueltas sobre el asunto para justificarte de algún
modo hasta dejar las cosas en una nube de confusión.
Por eso, no le digas al padre: «Mire, padre. Ayer salí al jardín y vi, afuera, una gallina. Parecía que
era del vecino, pero no estaba muy claro. Además, ¿sabe?, por ahí giran muchas gallinas
despistadas.
Como era tiempo de siesta, no me atreví a preguntarle al vecino si era suya. Además, la gallina
estaba a punto de irse por la calle abajo, cada vez más lejos. Por eso la rescaté. Sí, esa era mi
intención. Pero en casa no tenía alimento para gallinas, y se iba a morir de frío. Entonces, pensé, lo
mejor era darle una muerte digna y...
Bueno, hoy tuve una excelente comida gracias a la gallina. Como me remordía algo la conciencia,
decidí venir a confesarme. En el fondo, todavía no estoy totalmente seguro de que fuera la gallina
del vecino. Es cierto que ayer por la tarde lo vi salir preocupado, como buscando algo... Quizá era
suya la gallina, pero, ¿para qué preguntarle si no vino a mi casa, cuando lo normal sería que él
hubiera venido a mí? Como se alejó, pues me pareció bastante claro que la gallina podría no ser
suya...
Total, que como tengo dudas quise venir a confesarme...»
No, hermanos, no hagamos así. Si tomaste y comiste una gallina que no era tuya, dilo claramente. Si
hace falta, explica con pocas palabras que podría tratarse de una gallina errante, pero que también
dejaste de lado la idea de preguntar antes de comértela.
Además, si alargamos cada historia, el pobre padre no tendrá tiempo para todos, sobre todo cuando
hay cola. Luego nos quejamos de que los sacerdotes no confiesan... pero si cada uno le da vueltas y
vueltas a cada falta para decir que sí, pero no, pero quién sabe... ¿cómo va a aprovechar bien el
tiempo nuestro párroco?
Por eso, hagamos bien el examen de conciencia. Pensemos cómo decir los pecados con claridad,
como nos pide la Iglesia. Si alguna vez hace falta una consulta más seria, esperemos al final de la
cola y luego le pedimos al padre que nos deje un poco más de tiempo. Pero si hacemos una
confesión sin consultas, busquemos ser ágiles: «Padre, hice esto, y esto, y esto».
Desde luego, hace falta un auténtico arrepentimiento y un propósito de no volver a pecar y de huir
de las ocasiones de pecado. Entonces, si algún día volvemos a encontrar una gallina, buscaremos
seriamente a su propietario e intentaremos respetar en serio la justicia.
De esta manera, en cada confesión bien hecha abriremos el alma al regalo de la misericordia. Dios
nos acogerá, entonces, con su Amor de Padre, y habrá una fiesta muy grande en los cielos”.