El Robagallinas
Me lo contaba mi hermano mayor cuando fue alcalde de mi pueblo. Era
notable la indiferencia con que me lo contaba, pues se había convertido en un
estoico mezclado con cínico (en el buen sentido) que estuvo, creo que dos años, sin
cobrar su sueldo de alcalde con la única oposición de su esposa (no me digan
ustedes que sin razón).
Era el caso de un gitanillo de buena ley que al serle comunicada la
percepción de una pequeña pensión emitió un solo comentario: con estos dineros y
lo que yo pueda ir robando, vivo mejor que faraón.
Y es que las costumbres y las ideologías cambian significativamente la
personalidad de la gente cuando cambian sus circunstancias. Este individuo ya
estaba formando parte de la autoridad. Solo robaría cosas que la gente abandonaba
prácticamente. Aun no he visto a nadie, cristiano o comunista, que cuando recibe
premio de lotería lo dé para los necesitados. Y una golondrina no hace verano.
Este hermano alcalde, (mi Pepe) en su afán visceral de justicia, quería
que la gente más pobre del pueblo tuviera algo que llevarse a la boca, y también
algo que alimentase su propia importancia, cosa también de mucho valor. A un
joven, pinturero y anárquico, le nombró guardia del parque del pueblo. Todos
creían que se equivocaba ¿Cómo iba a adiestrarse alguien con costumbres tan
arraigadas de independencia y libertad?
Pues lo cambió como se vuelve un calcetín. El hombre se apañó una vara
majestuosa, y en el parque no piaba nadie, ni chico ni grande. Su autoridad, de la
que usaba con perfección, nunca fue puesta en solfa. De anarquista y costumbres
deletéreas, pasó a ser el mejor guardián, con un celo que imponía respeto a los que
usábamos de aquel paseo para estirar las piernas y contemplar los abundantes
árboles que le adornaban.
Traigo esto a colación, porque con los ateos ocurre algo parecido. Tan
pronto como estudian seriamente (algunos no es por afición a discutir) las
cuestiones fundamentales de la vida, comprenden que el tinglado del Universo no
es cuestión que obviar, como si se diera por sentado que aquello estaba allí “porque
sí”. Como decía el gitano mencionado en primer lugar: “había allí una gallina “,
como si la gallina se hubiera hecho presente, sin dueño ni huevo del que nacer.
Simplemente estaba allí.
Eso es válido para un “robagallinas”, pero no para una persona que se
enorgullece de pensar, y de refutar toda la creación, dando por sentado que estaba
allí, cosa que ni experimental, ni filosófica, ni intelectualmente, es correcta. Tienen
que dar muchas cosas por sentado. Sobre ese sofisma construyen algo que, por la
premisa imaginaria ha de resultar falso, aunque en sus observaciones ganen mucho
para la ciencia. Bien para la ciencia ; mal para la Verdad.