Cuando lo “mejor” lleva a lo peor
P. Fernando Pascual
8-12-2012
Es el sueño que lleva a proponer grandes cambios: dejar atrás un modo de vivir con sus ventajas y
sus desventajas para lanzarse a la aventura de opciones nuevas que prometen mejoras radicales.
La realidad, sin embargo, se desvela muchas veces con sorpresas amargas. Porque aquella
revolución que prometía pan y trabajo dio mucho trabajo y poco pan. Porque aquella ley a favor de
los derechos de unas minorías provocó daños que superaron en mucho los pocos beneficios
alcanzados. Porque aquella independencia que auguraba un futuro mejor se convirtió en ruina
económica, en odios absurdos y en injusticias arbitrarias sobre los opositores.
Por desgracia, la historia humana parece incapaz de enseñar a las nuevas generaciones este tipo de
paradojas. Además, vivir sin errores es imposible. ¿No ocurre también que conservar lo “malo
conocido” para evitar los potenciales peligros futuros también produce daños incontables?
Por eso, en cada encrucijada, las personas y los pueblos tienen ante sí horizontes inciertos, en los
que la niebla acomuna amenazas y promesas, mejoras posibles y daños inimaginables.
Las utopías, a pesar de todo, tientan. Lo denunciaba hace años, en una de sus obras más famosas, el
filósofo Hans Jonas. Porque prometer el paraíso en la tierra genera entusiasmos. Luego, cuando las
lágrimas y la destrucción dominan el panorama, muchas veces resulta demasiado tarde para corregir
los errores de optimistas irresponsables.
A veces la búsqueda de lo mejor lleva a lo peor. Evitar ese peligro no es fácil, pero con más
prudencia, con corazones magnánimos, con políticos honestos, y con actitudes maduras, es posible
detenerse antes de llegar al borde de un precipicio. Se podrán tomar, entonces, decisiones
equilibradas que permitan construir, en la medida de lo posible, un futuro quizá más modesto en sus
conquistas pero al menos lejos de los peligros de utopías descabelladas.