Una reflexión de fin de año
Rebeca Reynaud
Se acerca el 31 de diciembre. Muchos sienten la necesidad de hacer un balance en
el año que termina. Y en casi todos este hecho convencional despierta la conciencia
del tiempo, de que la vida pasa.
Los jóvenes viven el instante, y hay que pensar en el tiempo… y en la eternidad.
Una vez que el concepto de eternidad ha sido extirpado del horizonte, es posible
caminar con paso libre a la nulificación de la historia. Lo fugaz, lo efímero, no dejan
lugar a la continuidad, la fragmentación cronológica de la vida humana, carente de
cualquier sentido viene superada por la absurdidad del instante.
La eternidad es un concepto que cuesta entender. Un profesor lo trataba de explicar
preguntando:
¾ ¿Cuál es la montaña más alta del mundo?
¾ El Everest.
¾ ¿Cuál es la materia más dura?
¾ ¡El diamante!
Imagina una montaña como el Everest hecha de diamante. Cada mil años va a
pasar un pajarito a darle un picotazo. El pajarito va a acabar de deshacer y
trasladar la montaña y la eternidad no terminará.
Muchas personas se plantean un cambio. El entonces Cardenal Ratzinger hablaba
del “cambio inútil”. Que es aquel que dice: “Que me cambien de trabajo”, “Espero
que cambien mis circunstancias para yo cambiar”. Y la persona sigue siendo la
misma. El cambio verdadero es el cambio del corazón, el cambio de actitud. Que yo
me alegre de lo que hay y trate de ser mejor en detalles de cariño.
El peligro que muchos corren o corremos, es el de creernos buenos, pues los
buenos no ven la necesidad de convertirse, de cambiar. Las primeras palabras del
Señor en su vida pública fueron: Convertíos y creed en el Evangelio. Alguien podría
preguntar: ¿Qué es la conversión? El Papa Benedicto XVI dice: La conversión es el
paso del yo a “ya no más yo”. Cada uno puede pensar cómo se puede llevar a cabo
ese proceso.
Un profesor de la UNAM estaba desesperado con el ateísmo de sus alumnos, hasta
que leyó el Capitulo 37 de Ezequiel: 1 Fue sobre mí la mano de Yavé, y llevóme
Yavé fuera y me puso en medio de un campo que estaba lleno de huesos. 2 Hízome
pasar por cerca de ellos todo en derredor, y vi que eran sobremanera numerosos
sobre la haz del campo y enteramente secos. 3 Y me dijo: Hijo de hombre ¿revivirán
estos huesos? Y yo respondí: Señor Yavé, tú los sabes. 4 Y Él me dijo: Hijo de
hombre profetiza a estos huesos y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Yavé. 5 Así
dice el Señor, Yavé, a estos huesos: Yo voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y
viviréis; 6 y pondré sobre vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre
vosotros piel y os infundiré espíritu, y viviréis y sabréis que yo soy Yavé.” 7 Entonces
profeticé yo como se me mandaba; y a mi profetizar se oyó un ruido, y hubo un
agitarse y un acercarse huesos a huesos. 8 Miré y vi que vinieron nervios sobre
ellos, y creció la carne y los cubrió la piel, pero no había en ellos espíritu. 9 Díjome
entonces: profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así habla
el Señor, Yavé: Ven ¡Oh espíritu!, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos
huesos muertos, y vivirán. 10 Profeticé yo como se me mandaba, y entró en ellos el
espíritu, y revivieron y se pusieron en pie, un ejercito grande en extremo”.
Este texto, dice el profesor, me hizo reflexionar. Lo que el Señor requiere es que
anunciemos la Buena Nueva. Tengamos esperanza.