Fin de año 2012 y renovación
Rebeca Reynaud Diciembre 2012
Se acerca el 31 de diciembre. Muchos sienten la necesidad de hacer un balance en
el año que termina. Y en casi todos este hecho convencional, que el calendario
señala, despierta la conciencia del tiempo, de que la vida pasa.
Los jóvenes viven el instante, y hay que pensar en el tiempo… y en la eternidad.
Una vez que el concepto de eternidad ha sido extirpado del horizonte, es posible
caminar con paso libre a la nulificación de la historia. Lo fugaz, lo efímero, no dejan
lugar a la continuidad, la fragmentación cronológica de la vida humana, carente de
cualquier sentido viene superada por la absurdidad del instante.
La eternidad es un concepto que cuesta entender. Un profesor nos lo trataba de
explicar preguntando:
¾ ¿Cuál es la montaña más alta del mundo?
¾ El Everest.
¾ ¿Cuál es la materia más dura?
¾ ¡El diamante!
Imagina una montaña como el Everest hecha de diamante. Cada mil años va a
pasar un pajarito a darle un picotazo. El pajarito va a acabar de deshacer y
trasladar la montaña y la eternidad no terminará.
Tenemos que tener la capacidad de mirar al infinito con los pies bien puestos en
tierra.
Muchas personas se plantean un cambio. El entonces Cardenal Ratzinger hablaba
del “cambio inútil”. Que es aquel que dice: “Que me cambien de trabajo”, “Espero
que cambien mis circunstancias para yo cambiar”. Y la persona sigue siendo la
misma. El cambio verdadero es el cambio del corazón, el cambio de actitud. Que yo
me alegre de lo que hay y trate de ser mejor en detalles de cariño.
Las primeras palabras del Señor en su vida pública fueron: Convertíos y creed en
el Evangelio. Alguien podría preguntar: ¿Qué es la conversión? El Papa Benedicto
XVI dice: La conversión es el paso del yo a “ya no más yo”. Cada uno puede pensar
cómo se puede llevar a cabo ese proceso.
La Sagrada Escritura nos ayuda a meditar en los problemas humanos. En el libro
segundo de Samuel se narra que Absalón trataba de matar a David, su padre, para
quedarse en el trono, y David huye. Dice textualmente: “Al subir el Monte de los
Olivos, David iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todos los
acompañantes iban también con la cabeza cubierta y llorando. Cuando llegaron a
Bajurim, un hombre de la familia de Saúl, llamado Semeí les salió al encuentro y se
puso a seguirlos. Los iba maldiciendo y arrojaba piedras a David y a todos sus
hombres (...). Abisay, hijo de Sarvia, le dijo entonces a David: ¿Por qué se ha de
poner a maldecir a mi señor este perro muerto? Déjame ir a donde está y le corto
la cabeza. Pero el rey le contestó: ¿Qué le vamos a hacer? Déjalo; pues si el Señor
le ha mandado que me maldiga, ¿quién se atreverá a pedirle cuentas? (...) Tal vez
el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en
bendiciones” (cfr. 2 Sam 15, 13 ss y 16, 5-13).
Cada uno podemos preguntarnos: ¿Soy de las personas que avientan “piedritas”…,
o soy de las que las reciben? Si las recibo, ojalá piense con la magnanimidad de
David: Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las
convierta en bendiciones.
La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepción de uno
mismo, como en la percepción de los demás. Lleva a ver a los demás como rivales
potenciales que ponen en peligro la propia excelencia. “Desde el momento en que
tenemos un ego –explica Lewis- existe la posibilidad de poner a ese ego por encima
de todo –de querer ser el centro- de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado
de Satán”.
Un profesor de la UNAM estaba desesperado con el ateísmo de sus alumnos, hasta
que encontró y leyó el Capitulo 37 de Ezequiel: 1 Fue sobre mí la mano de Yavé, y
llevóme Yavé fuera y me puso en medio de un campo que estaba lleno de
huesos. 2 Hízome pasar por cerca de ellos todo en derredor, y vi que eran
sobremanera numerosos sobre la haz del campo y enteramente secos. 3 Y me dijo:
Hijo de hombre ¿revivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor Yavé, tú los
sabes. 4 Y Él me dijo: Hijo de hombre profetiza a estos huesos y diles: Huesos
secos, oíd la palabra de Yavé. 5 Así dice el Señor, Yavé, a estos huesos: Yo voy a
hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis; 6 y pondré sobre vosotros nervios, y
os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel y os infundiré espíritu, y
viviréis y sabréis que yo soy Yavé.” 7 Entonces profeticé yo como se me mandaba; y
a mi profetizar se oyó un ruido, y hubo un agitarse y un acercarse huesos a
huesos. 8 Miré y vi que vinieron nervios sobre ellos, y creció la carne y los cubrió la
piel, pero no había en ellos espíritu. 9 Díjome entonces: profetiza al espíritu,
profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así habla el Señor, Yavé: Ven ¡Oh
espíritu!, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos huesos muertos, y
vivirán. 10 Profeticé yo como se me mandaba, y entró en ellos el espíritu, y
revivieron y se pusieron en pie, un ejercito grande en extremo”.
Este texto, dice el profesor, me hizo reflexionar, Si Dios puede reunir los huesos
secos, y ponerles nervios, carne, piel e infundirles espíritu y darles vida nueva, ¿No
podrá hacer lo mismo con los cadáveres espirituales que inundan nuestra sociedad?
DESDE LUEGO QUE SÍ. Lo que el Señor requiere es que profeticemos, que
anunciemos la Buena Nueva, el Evangelio, a nuestros conocidos, a nuestra familias,
a nuestros compañeros de trabajo –a nosotros mismos- No nos desanimemos por
que parecen estar muertos, insensibles a cualquier tipo de mensaje espiritual. Dios
puede hacerlo, pero quiere hacerlo con nosotros, con nuestras bocas y con nuestras
manos. Yavé podía revivir los huesos secos directamente, pero quiso hacerlo por
medio del profeta Ezequiel. Así ahora, no creamos o esperemos que Dios actúe
directamente, Él quiere hacerlo por medio de nosotros.
Al filo del año nuevo, algunos hacen algún propósito, como amar más y mejor a
Dios y a los demás. Queremos un México mejor. Empecemos a rezar por el nuevo
gobierno pues de allí dependen muchas cosas buenas para el país y para cada uno
de nosotros.