ALGO MÁS QUE PALABRAS
CELEBRA EL VOLUNTARIADO
Tengo una debilidad como dice la canción. A servidor le gusta la palabra
"celebrar" por su disfrute del tiempo y de las personas que lo habitan, por su cultivo de
alabanza hacia algo o hacia alguien, por su liturgia de signos y símbolos, de acciones y
reacciones, por sus homilías y aclamaciones, por sus letanías y confesiones de
conciencia, por su espíritu de divertimento interior en definitiva. Conmemorar, festejar
una fecha, un acontecimiento, es como celebrar la vida y el sueño de vivir, la
esencialidad de las cosas, porque exige armonizar la voz con el corazón. Comprenderá,
pues, el lector mi gozo porque se celebren hechos que nos activen el pensamiento y el
alma hacía sí y hacia los demás.
Precisamente, el título de esta columna periodística es un injerto del tema de la
celebración del Día Internacional de los Voluntarios de 2012 (5 de diciembre), en el que
se nos invita a ovacionar la incondicional entrega de estas personas, dispuestas a donar
hasta su propia vida si fuese necesario, para llevar un pedazo de esperanza a los que a
diario mueren en el desconsuelo. Ellos, el voluntariado, que debiéramos ser todos, van
al encuentro de cuantos se hallan en la indigencia. Se rigen por lo que les dicta el
corazón, ayudar a sus semejantes. ¿Cómo no celebrar estas hazañas en un mundo de
tantos intereses y egoísmos?. Evidentemente, estas gentes de alma nos dan a diario
lecciones, la principal es su generosidad hacia su desvelo, que no es otro, que la
humanización del mundo.
Todos tenemos que celebrar estos modos y maneras de vivir, en su hondura de
solidaridad y servicio, siempre dispuestos a dar el corazón si se les requiere. No se trata
de satisfacer únicamente las necesidades materiales, las carencias físicas, a veces una
sonrisa y un abrazo vale más que un trozo de pan. Hay mucha hambre de consuelo
afectivo. El auténtico voluntariado va más allá de la donación, de las meras migajas
entregadas en un acto social, se implica en el ser humano, vive en su miseria, se pone a
su altura y sufre a su lado, convive con sus injusticias y comparte sus penas, lucha con
él para ser más y lo hace por amor y con amor. Ambos sueñan por un mundo distinto en
el que abunde más comprensión, más justicia, más libertad en definitiva, contribuyendo
de esta manera a levantar otra bandera, muy distinta a la que suele izarse, puesto que
aglutina a toda la civilización sin distinción alguna, bajo la proclama de una renovada
civilización del amor sin condiciones, ni condicionantes.
Qué bueno sería que todos celebrásemos este verdadero amor sin esperar
recompensa alguna, sería como un bálsamo de paz para el mundo. En nuestras
sociedades, y más en las modernas socialmente avanzadas, faltan corazones que
realmente acompañen a los excluidos, parece que nos espanta la pobreza, que no
queremos caminar con ellos, cuando ellos son los que verdaderamente nos hacen
reflexionar sobre tantas situaciones injustas. ¿Dónde está nuestro amor si personas
como nosotros siguen encadenadas a la pobreza? ¿Dónde están nuestros ojos que no ven
más allá de un compromiso puntual y pasajero?. Indudablemente, no se trata de "tapar
agujeros a nadie", tampoco de hacer por hacer, sino de sentir el deseo de construir entre
todos, pobres y ricos, un mundo diferente, donde nos preocupen (y ocupen) mucho más
las cuestiones humanas.
Por muy pobres que seamos todos podemos compartir con los demás algo,
aunque sólo sea una actitud de agradecimiento por la vida y por los dones de esa vida.
Desde esta perspectiva también hay que alentar otra cultura del voluntariado, más de
donación del ser humano por el ser humano. A la persona sólo le puede salvar otra
persona desde el amor. Y este amor no entiende de materialidades, es más espiritual y,
por consiguiente, más de cambio social. Seguramente muchas personas pobres y
desfavorecidas pueden compartir con los demás otros frutos más humanos y más
ejemplarizantes que otros que nadan en la abundancia. A veces nuestra pobreza ha
llegado porque hemos multiplicado nuestros propios deseos. En otras ocasiones, hemos
llegado a la pobreza por la avaricia. Al fin y al cabo, el que sabe ser pobre, sabe lo que
es padecer en propia carne las diferencias sociales, y eso le curte para la vida, porque lo
ha sufrido todo. Ha sido víctima de acciones deshumanizadoras, de juegos sucios entre
poderosos, de frialdad y mentiras ante realidades leoninas.
En consecuencia, la solidaridad es sin duda un requisito para todos y la
celebración del voluntariado una fecha para la reflexión, en la que nadie debe quedar
excluido. Por otra parte, el amor va más allá del propio donativo. Tenemos que luchar
todos junto a todos por promover frente a la exclusión, la inclusión social; frente al
derroche, un reparto justo; frente a la inconsciencia del poder, la sensibilidad social del
pueblo. Nos consta que, en todos los rincones del mundo, hay personas prestando
servicio voluntario, ellos son los que ciertamente impulsan un progreso más solidario y
humano, puesto que son ciudadanos activos que combaten desde desigualdades sociales
hasta asistencias de todo tipo, en zonas de conflicto o ante desastres naturales.
Aprovechando, pues, esta celebración del voluntariado me gustaría rendir un
recuerdo especial hacia aquellas personas que, en su acción desinteresada, se han dejado
la vida. Ellos son nuestro referente hacia una dedicación que lo que pretende fomentar
es un desarrollo equitativo. Obviamente, los problemas mundiales no son solamente
tareas de los gobiernos de turno, sino también de los ciudadanos. El espíritu de la
ciudadanía mueve montañas. Lo hemos vivido en diversos momentos. Con desvelo y
compromiso, los voluntarios están dando una luz de cambio a un mundo que se resiste a
mudar de aires y a desterrar, de su hoja de ruta, estructuras indignas para el ser humano.
Querer ya es poder.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
2 de diciembre de 2012.-