El historiador y sus “prejuicios”
P. Fernando Pascual
1-12-2012
Un buen historiador busca documentos, los analiza, los selecciona según su mayor o menor
importancia. Sólo entonces puede elaborar una síntesis, esperamos que completa y equilibrada,
sobre una época o un acontecimiento del pasado.
En este proceso el historiador no procede como si tuviera la mente vacía. Afronta la temática de
estudio desde ciertas ideas previas, más o menos explícitas, y también desde simpatías o antipatías.
Pensemos, por ejemplo, en un historiador que estudia la época napoleónica y sus consecuencias en
Europa y América. La cantidad de informaciones será inmensa. Documentos de la época y estudios
elaborados en los últimos dos siglos ofrecen un material abundante para afrontar el tema.
Llega, pues, el momento de escoger. ¿A qué dar importancia? ¿Qué documentos tener en cuenta y
cuáles dejar de lado? ¿Qué investigaciones ya realizadas ofrecen un buen hilo interpretativo y pistas
para no perderse ante tanta información?
Después de la selección, el estudioso organiza el material y busca las líneas de fondo que unifican
los diferentes hechos. Las batallas, entonces, no son vistas como puntos aislados, sino que muestran
una cierta lógica y conexiones con otros hechos. Las decisiones dependen de deseos y de análisis de
las diversas personas implicadas. Los resultados (una victoria, una derrota, y sus consecuencias)
pueden ser vistos en su dimensión humana, económica, política, cultural, religiosa...
Al final, el historiador puede emitir juicios de valor. Apreciará las cualidades de un político y
señalará los defectos de un general. Fijará su atención en las reacciones populares y explicará las
diferentes maneras de comportarse de los intelectuales. Deducirá que tal batalla tuvo efectos
positivos para Europa o para América, o significó el inicio de un proceso de decadencia.
Esas apreciaciones sólo son posibles desde “prejuicios”, no entendidos como algo negativo, sino
como maneras de juzgar que permiten distinguir entre lo positivo y lo negativo, lo justo y lo injusto,
lo lógico y lo absurdo.
Esos prejuicios son irrenunciables y forman parte de la manera de pensar de cada ser humano.
Desde los mismos, muchos consideran injusto y despiadado entrar en un pueblo y asesinar
indiscriminadamente a los civiles, mientras que otros (esperamos que pocos) considerarán esos
“asesinatos” como algo lógico en el marco de las represalias que ocurren en casi todas las guerras,
como si se tratase de una ley inflexible de la historia.
Reconocer que los estudiosos tienen prejuicios, y ser capaces de ponerlos, con claridad y franqueza,
sobre la mesa, será un gesto digno de ser apreciado en quienes trabajan como historiadores. De esta
manera, quienes escuchen o lean sus obras habrán sido advertidos sobre la perspectiva desde la cual
se ha elaborado una interpretación histórica, con los límites y con los puntos positivos que tal
perspectiva pueda ofrecer a la hora de estudiar aquellos hechos del pasado desde los que ha surgido
nuestro presente.