¿De quién es el Señor?
La pregunta parece absurda, pero no lo es. Me explico. Indudablemente el
Señor vino para todos. A todos le ofreció la oportunidad de pertenecer al grupos de
sus amigos (“Seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando”). Multiplic￳ los panes
para todos. Cur￳ a muchos sin pedirle “el carnet de identidad”. La nueva familia
que él crea en torno así, la Iglesia, es abierta, caben todos los que de buena
voluntad quieren seguir el camino de la Verdad, de la Justicia, del Amor… Todos
estamos llamados a ser bienaventurados… “Venid a mí todos los que estáis
cansados…”. Está claro que Jesucristo no es “propiedad” de ningún grupo. Pero a
veces da la sensación de lo contrario. ¿Por qué digo esto?
Las “familias” espirituales y apost￳licas dentro de la gran Familia que es la
Iglesia están, así debe ser, al servicio de Dios y de los hombres. Jesucristo vino
proclamando la libertad (“La Verdad os hará libres”), pero da la impresi￳n que
algunas “familias”, algunas realidades eclesiales de todos los tiempos, han querido
apropiarse del Señor, lo han encerrado en sus cenáculos, y no se puede acceder a
Él sin permiso. Mi Dios es mío, dicen algunos. Tú no eres de los nuestros, dicen
otros. Y, como los Apóstoles, quieren impedir que expulsen demonios o hagan
milagros sin la autorización debida.
El Señor suscita en su Iglesia carismas, devociones, presencias espirituales
fuertes (v.g. revelaciones privadas, apariciones, etc.) para todos. Pero enseguida
surge la apropiación indebida, y con ella la competencia, las celotipias, la
“propiedad privada”, el exclusivismo. E izamos la bandera para que todo el mundo
sepa que el territorio, esa realidad espiritual, es mía, y nadie puede acceder a ella
sin un salvoconducto que expido yo. Y me apropio de la imagen, de la oración, del
lugar sagrado, de la devoci￳n… Todos los demás son intrusos, advenedizos,
forasteros sin permiso de “ciudadanía”.
Una cosa es el carisma, la vocación que uno pueda sentir para servir a
Dios y a los demás por un camino concreto, y otra pensar que solo ese camino es el
único válido para acceder a Dios. El Señor hace una oferta para que todos puedan
acceder a la santidad, los medios para ello son eso, medios. Muy variados por
cierto, pero todos tienen un denominador común basado en el Evangelio. Los que
van por otro camino son muy libres para hacerlo si Dios los llama, pero el campo de
batalla es el mismo, y debemos luchar codo con codo, cada cual con su armamento
y munición, pero con el mismo objetivo.
Gracias a Dios la Iglesia nos va aclarando las ideas. Y en ella nadie debe
ser enemigo ni competidor de nadie. Mi Dios es tu Dios. La Biblia es común para
todos. La Eucaristía, y el resto de los sacramentos están a disposición de cualquier
fiel. Todos estamos llamados a la santidad, y nadie puede decir “esto no es para mí
porque yo no pertenezco a nada”. Pertenecemos a la Iglesia, y eso es suficiente. Y
dentro de la Iglesia hay recursos para ayudarnos a caminar en la misma dirección.
En definitiva: Dios es de todos. La Iglesia es de todos. El Señor es el
único Se￱or. “Yo soy el que soy”. Y todos gozamos de los mismos derechos y
obligaciones. De la mano debemos avanzar en este Año de la Fe.
Juan García Inza