¿Por qué cuesta creer en los milagros?
P. Fernando Pascual
17-11-2012
Admitir un milagro implica, por un lado, reconocer que hay un Dios. Por otro, que ese Dios puede
actuar “por encima” o “más allá” de las leyes naturales (no contra ellas, pues Dios no puede ir
contra lo que Él mismo ha creado).
Podrían, además, producirse milagros si existen otros seres (ángeles o demonios) capaces de actuar
en el mundo de manera inesperada, con poderes que superan lo previsible.
Desde luego, cuando se afirma que Dios no existe o que no hay otras realidades “superiores” a las
que conocemos, es imposible admitir los milagros, al menos según el sentido que aquí estamos
usando. Ante hechos “extraordinarios”, el negador de Dios afirmaría que la ciencia no puede
explicarlos “por ahora”, pero seguramente en el futuro habrá un modo de descifrar las causas
naturales de lo sucedido.
Supuesto que exista un Dios, todavía hay quienes no aceptan que pueda realizar milagros. ¿Por qué
les cuesta admitir que Dios pueda actuar “extraordinariamente” en el mundo? Porque suponen que
las leyes naturales son tan concretas y tan inmodificables, que una intervención de Dios en el
mundo crearía desorden e iría “contra” lo establecido por ese mismo Dios respecto de las realidades
creadas.
Este modo de pensar, sin embargo, adolece de varios errores. El primero consiste precisamente en
ver a Dios como sometido a leyes inalterables, como si Dios fuese parte del sistema cósmico.
En realidad, si Dios es Dios, si es la Causa que inició el mundo, ¿no puede estar más allá y por
encima de las leyes que explican tantos fenómenos? Además, como ya ha sido observado
agudamente por autores como C.S. Lewis, las leyes explican cómo ocurre lo que ocurre, pero no por
qué ocurre lo que ocurre.
El segundo error nace en pensar en Dios como si no tuviera ningún interés por las realidades
humanas. El mensaje de la Biblia dice exactamente lo contrario: todo procede del Amor, de la
Bondad, de la Belleza de Dios. Si cada creatura, desde el lirio del campo hasta el gorrión que nos
despierta por las mañanas, son amados por Dios, ¿no es posible que ese Dios busque maneras de
entrar en la historia humana y de ofrecer gestos especiales de su Amor?
Cuando entendemos así a Dios y cuando vemos el mundo como obra de sus manos amorosas, ya no
costará admitir que pueda haber milagros, pues serán visto como señales de un Amor sin límites.
Ese es el sentido profundo de cada milagro: un gesto especial del Amor de Dios hacia el hombre.
Lo que es lo mismo que decir que un milagro es parte, extraordinaria, de la historia de amor que
inicia con la creación del mundo, que tuvo su culminación con la vida, muerte y resurrección de
Cristo, y que avanza, día a día, hacia el encuentro definitivo de los hijos con su Padre de los cielos.