La eficacia ineficaz de los grupos de poder
P. Fernando Pascual
10-11-2012
Un grupo de poder busca imponer una idea, un proyecto, un modo de actuar, a otros grupos de
poder y, sobre todo, a los muchos hombres y mujeres que constituyen lo que algunos llaman
“mayoría silenciosa”.
La fuerza de los grupos de poder radica en la habilidad de algunos de sus miembros, en la firmeza
de sus decisiones, en los contenidos defendidos (no basta cualquier idea para triunfar), en la
capacidad de neutralizar a los “adversarios”, y en la suposición de que la “masa” asistirá
pasivamente a las maniobras realizadas por tales grupos.
Sin embargo, la historia no está completamente en manos de los grupos de poder. En parte, porque a
veces cometen errores que llevan a abortar sus maniobras. En parte, porque una lucha entre grupos
de poder puede llevar a una especie de neutralización que permite la destrucción recíproca de los
proyectos perseguidos. En parte, porque la “masa” no siempre es tan amorfa como se suponía, y
aquí y allá surgen personas con ideas claras y con voluntades decididas que no se dejan someter a
las presiones de otros.
De todos modos, los grupos de poder consiguen muchas victorias. ¿No vencieron los bolcheviques
al inicio de la revolución rusa de 1917? ¿No lograron dominar los nazis a todo un pueblo a través de
pequeñas conquistas y desde la aniquilación sistemática de los opositores?
Esas victorias, más allá de las apariencias, no son lo decisivo en la historia humana. Porque el grupo
de poder puede llegar a dominar una empresa, un partido político, un Estado. Pero nunca podrá
aniquilar la fuerza de los corazones que tienen ideales nobles, que rezan a Dios para pedir su ayuda,
y que siguen su conciencia por encima de lo que otros digan o hagan contra ellos.
Antígona y Sócrates, en ese sentido, son dos paradigmas perennes. La primera sucumbió ante un
tirano según el relato de Sófocles, pero llevó la ruina a la familia de Creonte. El segundo fue
condenado a muerte por quienes buscaban deshacerse de alguien incómodo, pero luego fue exaltado
por sus discípulos y por millones de hombres y mujeres del pasado y del presente.
Las palabras finales de Sócrates ofrecidas en la “Apología” de Platón resuenan todavía hoy como
aviso a los “poderosos” que viven y triunfan, y como esperanza para los “débiles” que sucumben
pero se mantienen fieles a su conciencia: “Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a
vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, menos para Dios”
( Apología , 42a).